Hoy 11 de diciembre de 2015 hace cincuenta y un años de la muerte en Los Ángeles de Sam Cooke por los disparos y golpes de remate con un bate de beisbol de una recepcionista de motel que pareció temer por su vida ante las airadas preguntas de Cooke. Es todo tan raro que por más que uno ha escuchado la historia mil veces, no acaba de encontrar nada más que absurdo en toda esta escena. Sam Cooke llega al motel Hacienda con una chica, la chica se le escapa, él quiere saber dónde diablos se ha metido, y pregunta y pregunta, Cooke agarra a la recepcionista para que desembuche, ambos caen al suelo, ella se levanta, coge un arma y le dispara a bocajarro. Sam, paralizado, llega a decir: “Me has disparado…” La propietaria del negocio llama a la policía, que se presenta en el motel. Lo que encuentra es el cuerpo de Sam Cooke, con claros signos de haber sido golpeado por un bate, antes de morir por causa de los disparos.
Un final terrible para el más grande de los vocalistas masculinos de toda la historia del soul. Hoy hace cincuenta y un años, y resumir su inmenso caudal y su historia nos llevaría demasiado tiempo. Nadie, ni siquiera James Brown, andaba tan sobrado como él sobre un escenario. Era capaz de reír a carcajadas con un poderío que ríete tú de la Pantoja entre melodía y melodía, de pasar del regocijo al llanto acompasado por el bajo de Jimmy Lewis, de llevar la euforia a grado de catarsis con la ayuda del saxo de King Curtis, algo que si me permiten la herejía nunca pudieron ni siquiera rozar ni de lejos ni los Beatles ni los Stones, ambos arrodillados ante el maestro de ceremonias.
De todos los discos de Sam Cooke un servidor enviaría al espacio exterior ese disco en directo de 1963 planeado de antemano por la casa discográfica en un garito de Florida, el Harlem Square Club de Overtown, unos de esos barrios donde la policía se pone a vigilar no quién sale, sino quién es el incauto que se atreve a entrar. Sam Cooke subió a aquel escenario y cogió el micro en estado de gracia: 37 minutos de agonía, éxtasis, salvación, un espectáculo calificable de anfetamínico en lo universal. Si hay que espantar los malos espíritus, ahí está Sam Cooke y su “Cupid”, “Twisting The Night Away”, “Somebody Have Mercy”, “Chain Gang”, hasta el acabóse total: “Bring It On Home To Me”. Ya cuando llega “Having A Party” uno ha vuelto a recuperar toda la fe, en la vida, en la resurrección de la carne y en el perdón de los pecados. Sam Cooke canta. Y era tan guapo. Amén.
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