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Redes

Redes
Marisa Gallero el

 

El otro día durante una tutoría de mi hija con un profesor de la vieja escuela, de los que te dan confianza absoluta, le explique como un niño de la clase estaba extorsionándola con un chantaje burdo y todavía incomprensible para ella. Tenía que entregarle 10 euros si no quería que difundiera por redes sociales una nota que había escrito. Tan sólo tienen 9 años. La nota no decía nada del otro mundo. Pero eso no quita que estuviera consternada. Llevaba varios días en el patio del colegio intimidándola sin que otros consejos que le había dado surtieran efecto. Por más que le dijera que era una fanfarronería, que ella ni tiene Facebook ni está en ninguna red social, se sentía acosada por una amenaza que no terminaba de visualizar ni de concretar. Así que lo atajé sin más.

Es el otro lado de las redes. El que ni siquiera se me hubiera ocurrido que tenía que empezar ya a preocuparme. Me lo confirma mi cuñada profesora en Dos Hermanas, que está apuntada a todas las aplicaciones que siguen mis sobrinos. Su mayor desazón es constatar el retroceso de las chicas como si no les hubiéramos servido de ejemplo. Imperceptiblemente. Normalizan comportamientos donde a la mujer le vuelve a tocar el papel de sumisa. Como bajo perfiles de Instagram se convierten en mercancía. Como triunfan canciones de reggaeton o trap que incitan a la violencia, a veces de forma soterrada, otras más explícita. Si vamos a los datos son abrumadores, según un barómetro del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, uno de cada cuatro jóvenes ve como una conducta normal la violencia machista dentro de la pareja.

El peligro lo hemos atisbado con la actuación coral de La Manada. Su impunidad. Sigue siendo un tema de conversación porque no nos entra que piensen que el sexo consentido era eso. Mientras esperan la sentencia por violación —no puedo escribir supuesta— en un portal a una chica de 18 años, descubrimos con el atestado policial de Pozoblanco que era su táctica habitual. Grabaron en el interior de un coche manoseando a una joven inconsciente. Tardaron apenas 20 minutos en compartir el vídeo por WhatsApp. El primero en contestar fue el llamado Prenda: «Vino de follarse a la bella durmiente».«¿Le echasteis a la chavala burundanga? Qué bueno», continúa otro del grupo. Ninguno de los veintiún integrantes le crítica, sino que le jalean: «Es otro caso Marta del Castillo. Jajaja. Joselito, el depredador de las casitas». En la denuncia, la joven cordobesa recuerda que al despertar estaba desnuda en la parte trasera del coche, con la ropa rasgada y con moratones. El guardia civil, que era quién conducía y envió el vídeo, le exigió sexo oral, a lo que ella se negó y él respondió golpeándola, echándola del coche gritándole: «¡Puta!».

Empezamos a ser conscientes de que debemos estar alertas a nuevas formas de acoso. De la fascinación y riesgos que nos envuelven. Como dibujaba El Roto en una gran tela de araña donde está atrapada una persona. «De repente el mundo se desmaterializó y todos quedaron colgados en la red».

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