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La saga/fuga de A.G.

La saga/fuga de A.G.
Marisa Gallero el

 

Cuando el viernes 27 de octubre a las 15:27 de la tarde con 70 votos secretos a favor y mitad del hemiciclo vacío se proclamó la República catalana «como un Estado independiente y soberano», Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Carme Forcadell y Anna Gabriel, sonriente con el puño en alto, salieron a entonar Els Segadors en las escalinatas del Parlament rodeados de diputados y alcaldes con la vara alzada. Todavía recuerdo la perplejidad con la que seguí la votación que culminaba el desafío y su cantar de cantares. Después de la épica se fueron de fin de semana y comenzó un nuevo capítulo. El de la cobardía. Ya nadie les podía tildar de traidores. Tan sólo de mentirosos.

La saga/fuga a Suiza de Anna Gabriel, una de las caras más emblemáticas de los antisistemas de la CUP, esa que gritaba «¡Mambo!» después de tirar a Cataluña simbólicamente por el precipicio, es la gota que colma el vaso del falso relato independentista. Le ha chafado el plan B a Puigdemont. Resulta hasta entrañable la falta de coherencia en elegir como lugar de exilio Ginebra antes que la mísera Venezuela, mientras los suyos ponen en el foco que Iñaki Urdangarin sigue en libertad por tierras helvéticas a la espera de la decisión del Tribunal Supremo sobre la sentencia por el caso Nóos.

El argumento para justificar la huida es que sirve para internacionalizar el conflicto. ¿Acaso no estaba en la parte dispositiva de su declaración unilateral? «Ponemos en conocimiento de la comunidad internacional y las autoridades de la Unión Europea la constitución de la República […] y a hacer seguimiento del proceso negociador con el Estado español». ¿Esto es lo que llamaban negociación «de igual a igual»?

Donde dije digo. Afirmar una cosa y su contraria sin ningún rubor. El expresidente de la Generalitat Artur Mas explicaba en una entrevista al Financial Times que Cataluña no estaba preparada para la «independencia real». «Nos hemos ganado el derecho a ser un país independiente. La cuestión ahora es cómo ejercer ese derecho. No se trata sólo de proclamar la independencia, sino de convertirse en un país independiente». Claro que ante el juez Pablo Llarena la República fue solo «parlamentaria y simbólica». Ni una ruptura efectiva ni un desafío al Estado.

Han cambiado el guión de la saga secesionista. Marta Rovira, quién lloraba desconsoladamente por las esquinas mientras decía que «no podemos recular», aseguró ante el magistrado no tener «capacidad de gestión» y que intentó tomar distancia con el 1-O. Igual que Forcadell. Ella no daría «ni un paso atrás» para después girar 180º al aceptar el 155 y confirmar que la declaración unilateral de independencia no tuvo efectos jurídicos. Junqueras, antes de sentirse como un gladiador, contaba a la agencia Associated Press que trabajarían «para construir la República». «Entendemos que hay un mandato democrático para sustentarlo». Forn pensaba bajarse del tren antes de que triunfará la vía unilateral. No sólo engañaron a los suyos, se engañaron a sí mismos.

El «procés» ha muerto, pero «el ridículo», como Puigdemont escribía por mensaje a Comín, «es histórico». Lo más difícil todavía será volver a cohesionar al pueblo catalán mientras el autogobierno sigue paralizado. Pero eso, es otra historia.

 

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