En la Diada cada uno va a lo suyo, sin hablar del independentismo, que siempre y sin sorpresas capitaliza las calles el 11 de septiembre. Ada Colau se pasea por Barcelona evitando pisar ningún charco. En un quiero y no puedo que la deja en tierra de nadie. Si hará «todo lo posible» para que el Ayuntamiento permita votar a los ciudadanos el 1 de octubre «con total normalidad», ¿cómo se «protege a la institución y a sus funcionarios» de una consulta aprobada saltándose todas las normas democráticas? ¿Cómo cuadra esta ambigüedad con la noticia que circuló el viernes 8 de septiembre de que no cederÃa locales para el referéndum ilegal? Quizá la respuesta la encontremos en su propio discurso. «No podemos pensar en ser 100% coherentes». Ese es el dilema de Colau. La coherencia.
Pablo Iglesias con su tono mitinero clamó por una alianza que eche al PP del Gobierno en una pinza con el PSOE y ERC –ese partido cuya única hoja de ruta es independizarse de España–, cuando ni siquiera es capaz de poner orden en Comú Podem, donde cada uno sigue sus propias directrices. La fractura de su marca catalana es inmensa, pero su único objetivo es quitar a Rajoy, cuando lo tuvo al alcance de su mano cuando le rondaba por las esquinas Pedro Sánchez. ¿No tiene un regusto amargo de su fallida moción de censura? Esa es su contradicción. Clamar por votar en un proceso sin garantÃas y querer anular los resultados de unas elecciones democráticas, porqué votaron más al Partido Popular y no le permitieron asaltar los cielos.
El premio al cinismo se lo lleva Carles Puigdemont, que avisa de que faltan 20 dÃas para su órdago secesionista. Dice que «no somos golpistas ni fanáticos» –tampoco creo que sea Batman ni Superman como se pregunta Albert Rivera– , después de negar el pan y la sal –o más bien el pan tumaca (pa amb tomà quet)– a la oposición en el pleno de la vergüenza, invitando luego a café. Es el mismo que le ofrece a Rajoy antes del 1-O, para jactarse de que él está por encima de los jueces, como sus leyes. Si el daño no fuera irreparable, daban ganas de retirarle la palabra, pero no está la sociedad catalana para desplantes, sino para encontrar soluciones.
Mientras Arnaldo Otegui es la estrella invitada de los independentistas en su dÃa grande. Será porque el régimen del 78 ha sido lo peor que le ha pasado a España y él es un hombre de paz. Será eso. Para la CUP el final del «procés» lo simbolizan despeñando una furgoneta por un barranco. Prometo que no lo entiendo. ¿O significará que están llevando a Cataluña a un precipicio? Sin lugar a dudas. En lo que sà les doy la razón es que de aquàal 1-O empieza el «mambo». Estamos avisados. Y estarÃa bien que todos dejáramos de construir puentes en el aire, y no postergásemos el diálogo para el dÃa después. Sobre todo, viendo como las calles se llenan de personas que piden votar, y son capaces de imprimirse sus propias papeletas.
Actualidad