Recuerdo todavía una clase en sexto de EGB, donde fuimos unas cuantas alumnas a preguntar al profesor de Ciencias Sociales si nos podía explicar qué era realmente ETA. A las hermanas del colegio de monjas era entonces impensable hacerle ese tipo de preguntas. Y él estuvo encantado de satisfacer nuestro anhelo por saber saltándose el temario previsto.
Pasado los años compruebo que su respuesta es la que marcó y conformó mi visión de la banda terrorista. Sin un solo eufemismo. Recordando sus orígenes durante el franquismo y cómo sus actos en años posteriores, con esos ochenta marcados por el plomo, no se correspondían con ninguna «lucha armada».
Estudiando en EEUU descubrí cómo se comparaba a ETA con el IRA, aunque podía entender ciertas coincidencias, no veía la realidad española reflejada en la irlandesa. Ese 1988 en el New York Times, periódico que se leía en la casa de los judíos con los que vivía, España tan sólo apareció por la huelga general del 14 de diciembre, por un reportaje de la trashumancia y por uno de los crímenes de ETA.
No fui consciente de que ETA podía marcar a cualquiera hasta el atentado con dos coches bomba en la glorieta de López de Hoyos en junio de 1993. Llegué a la redacción cercana de Antena 3 Radio media hora después de la detonación que asesinó a siete personas, resultando heridas una veintena. El objetivo de ETA eramos todos y esa huella es indeleble.
Sabemos cómo ha estado ETA presente en nuestras vidas, de una forma u otra. Recordamos los eternos minutos que desembocaron en el cruel ultimátum a Miguel Ángel Blanco, aunque parece que el único que no lo sabía era Otegi, que ese día estaba en la playa.
Esa memoria no coincide con el relato que nos quieren vender ahora. Nada que ver con los asesinatos a sangre fría, esos tiros cobardes en la nuca que el Carnicero de Mondragón quiere hacerlos pasar por simples ejecuciones.
Como pura mercadotecnia su desarme. Exigiendo ¡amnistía! por mostrar ocho zulos con 120 armas y tres toneladas de explosivos caducados o deteriorados. Cuando todavía quedan 325 crímenes que no sabemos quiénes fueron sus autores.
Ya hubo una amnistía que quieren denostar, que puso a todos los presos políticos en la calle. Como me contaba Txiki Benegas, «durante un día del mes de diciembre de 1977 no hubo ningún preso de ETA en la cárcel. Esa situación duró un día porque ETA siguió matando. Querían dinamitar la democracia. Imponer un sistema autoritario nacionalista e independentista por la fuerza. Una aberración que nos costó mucho dolor y mucha sangre».
Su «lucha armada» era terrorismo. Sus «objetivos», asesinatos. Sus «impuestos revolucionarios», extorsión e intimidación. Su desarme, un relato para ocultar su derrota. Una derrota que no tiene contrapartidas.
Porque están desarmados. Pero también desalmados.
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