“Si una mesa de despacho desordenada
es señal de una mente desordenada,
¿ De qué es señal una mesa vacía?”.
Albert Einstein.
Un despacho puede ser muy revelador sobre el “modus operandi” del que allí trabaja. El exceso de orden tanto como el exceso de desorden, parecen no ser buenos indicadores. Personalmente, pienso que todos los caminos llevan a Roma y si no, llevan a París. La escritora y cocinera Nigella Lawson se inspira con mil cosas en un espacio que invita a la curiosidad.
Los despachos oficiales no suelen ser ni parecidos a los de casa. No hay más que ver la mesita con espejo de Cameron en su casa particular, probablemente situada sobre una antigua consola o un tocador.
El despacho oficial de los presidentes suele tener una imponente carga histórica. Tal es el caso del de Hollande, que quedaba mejor “decorado” cuando Sarkozy posaba con Carla Bruni.
Los genios más innovadores del siglo han tenido a veces un centro de trabajo poco formal, poco sofisticado. Y es que para pensar, lo importante es encontrarse cómodo. Para unos eso será en el desván de su casa de campo, para otros en su encorsetada oficina del centro de la ciudad. Sobre gustos…
Puede haber cierto paralelismo entre el despacho de Steve Jobs y el de Einstein. Curioso…
Los más obsesos y ególatras, en cambio, se rodearán de pompa, metros sin límite y formalidades. Para ver si el espacio les ayuda con el cargo. Esto le ocurría a Hitler y su grandioso despacho en la Cancillería del Reich. El Bundeskanzieramt era un espacio sorprendente, geométrico, ordenado y precedido por otras salas que impresionaban de modo anticipado al aterrado visitante. El arquitecto favorito del Führer, Albert Speer, se encargó en 1938 de el diseño y la construcción del edificio que lo alojaba.
Pasillos, mármoles, techos, lucernarios… todo se completó en un sólo año, con el trabajo de 4.000 obreros especializados.
El Führer, feliz con el resultado, congratuló a su arquitecto. Le gustaba muy especialmente su despacho. La mesa de mármol fue el lugar clave de la Segunda Guerra Mundial. Aunque todo se destruyó en 1945, estos dibujos dan una idea de la grandiosidad del “escenario” principal de Hitler.
En contraste, el despacho de Jackie Kennedy antes de ser primera dama era más bien simbólico, para escribir cuatro notas de agradecimiento. Claro que ella no tenía cargo, ni una vida intelectual demasiado agitada por aquel entonces.
El despacho de Le Corbusier era una pura “obra en curso”, reflejo de su mente inquieta y creativa.
Y el de Martha Stewart, la lideresa de las “home-makers” de la prensa americana, es tan ordenado y milimétricamente calculado como la manera de ser algo “Fräulein” Rottenmeier de su propietaria. Todo muy revelador.
ArquitecturaEstiloOtros temas