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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

«Virgen de la Caridad», el ancla de lo efímero

Luis Miranda el

Sólo con imágenes de Juan de Mesa, Ocampo y Roldán no se haría una Semana Santa. Sí, el Gran Poder, el Calvario y la Quinta Angustia pueden ser los cimientos del edificio, pero el cofrade con más inquietud se da un soberano cangrejeo delante de la Virgen de Gracia y Esperanza, del misterio de San Benito y de la serena belleza del Dulce Nombre y sabe que ahí también está escrita una buena parte de la verdad que ha hecho grande la Semana Santa, aunque sus autores volaran algo menos alto y, pese a que aportaron muchas cosas, no bucearan en los misterios del hombre con sus imágenes. Y he puesto ejemplos sevillanos para no herir la sensibilidad de nadie, que conste.

Con la música, y ahora estamos en Córdoba, pasa algo así. Hay marchas que casi darían para un tratado al asomarse a las fugas, contrapuntos y riquezas que encierran, pequeñas sinfonías escritas en compás binario donde el talento de quien escribía volaba por los límites de la forma, el ritmo y la duración. Otras tienen un carácter más artesanal y casi parecen caídas de una improvisación, pero hasta los cofrades que más se fijan en las claves y en las melodías se dejaron seducir por ellas y las hicieron suyas, quizá porque tenían el valor de lo único: la certeza de que sólo iban a sonar en unos cuantos momentos y había que estar allí no sólo para escucharla, sino para admirar cómo acompañaba a su imagen.

Cuando suenan los primeros compases de «Virgen de la Caridad» para muchos empieza un Martes Santo soñado, un atardecer en San Andrés, la suave cadencia del palio de cajón en los varales y la contemplación interminable de la imagen, a la que vuelan las notas como una oración o una letanía. Y es curioso, porque no la inspiró la incomparable Dolorosa. La marcha y la Virgen iban naciendo al mismo tiempo y conocieron la calle en el mismo momento, el Martes Santo de 1991. Miguel Herrero era entonces, y todavía es, un músico fundamental en el rico panorama del sur de la provincia de Córdoba. La banda municipal de Rute era una de las grandes en la Semana Santa de Córdoba de aquellos años y en aquel 1991 saludó a la Virgen de la Caridad con una nueva marcha, que iba a llevar la advocación a la que habían acompañado desde hacía algunos años, pero que tendría nueva imagen, la que se había bendecido unos días antes y que iba a ser la bandera, sin que nadie lo sospechara, de una nueva etapa en la Semana Santa de Córdoba.

«Virgen de la Caridad» es una marcha de estructura sencilla y donde se nota la influencia, siempre bien asumida, de Abel Moreno, que por aquellos años arrasaba con marchas de escritura simple y melodía pegadiza, aptas para las formaciones más humildes, pero no por eso exentas de calidad, y que marcaron, muchas veces para bien, la música de los años 90. No en vano, no fue la primera pieza que se tocó a la imagen a la calle, sino «La Madrugá», por expreso deseo de su autor, Miguel Ángel González Jurado, deslumbrado por esta obra como tantos cofrades andaluces entonces.

Se abre «Virgen de la Caridad» con una elegante llamada de los trombones que, tras repetirse, deja paso al dulce tema principal, una melodía escrita con tanta inspiración como encantadora sencillez, y muy bien desarrollada. Da paso un contundente y original fuerte de bajos, dominado por los trombones y con cierta evocación a las llamadas iniciales, que otra vez dan paso al tema principal, que se reexpone (no se repite) con variaciones. De ahí, como mandan los cánones de la forma tradicional, se llega al trío, muy de la época. Miguel Herrero opta aquí por una sección de gran dinamismo, que se apoya en la caja para tomar un ritmo muy del agrado de la gente de abajo, y que no deja de recordar en ese aspecto (aunque esta obra tenga una personalidad marcada y distinta) a lo que Abel Moreno ideó en «Hermanos Costaleros», que por entonces hacía furor. El trío se reexpone luego con toda brillantez y apoyado en la majestad de los trombones, para cerrarse con una pequeña frase que puede citar a la melodía principal de la marcha.

Como la misma extraordinaria imagen a la que acompaña desde entonces, la obra no arrasó desde el primer minuto. Le bastó con ser primero paisaje sonoro para quienes descubrían deslumbrados que la Virgen de la Caridad no era una imagen más y acudían a recibirla a San Andrés cada Martes Santo. Pronto descubrieron que se marchaban a casa tarareándola y algunos buscaron el disco de la banda del Cristo del Amor donde estaba, para no perderla entre un año y otro. ¿Sonó para otras cofradías cordobesas? Lo último que consta es el excelente concierto de la banda de la Esperanza ante la Virgen de los Dolores, en que la interpretación la dirigió el propio Miguel Herrero.

«Virgen de la Caridad» ha representado, como «Lágrimas y Desamparo», como «Reina de San Nicolás», como -¡ay! – «Virgen de las Angustias» la absoluta identificación y la propiedad indisimulada con una imagen, la música que suena a Martes Santo, a ojos verdes ocultando un enigma, al devoto que no se cansa de buscarle los perfiles, a la suave cadencia de las caídas rectas. Al que se agarra a la eternidad de la música como a un ancla para ensoñar lo que sólo se le da una vez al año, y hasta a veces se le escapa.

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