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‘Virgen del Amor entre naranjos’, cuando lo exótico se hace complementario

Luis Miranda el
La Virgen del Amor, en su paso de palio, el Miércoles Santo. FOTO: ÁLVARO CARMONA

Hay marchas que son hijas de su tiempo y otras que tienen valores que las hacen eternas. Las hay que parecen escribirse como anillo al dedo a las cofradías a las que se dedican, y por lo tanto pueden tener algo de previsible, y otras que aunque parezcan extrañas a la naturaleza de las cofradías, ajenas a la forma en que se les percibe en la calle, terminan encajando con la naturalidad de lo que gusta por ser complementario.
En el año 2008, cuando las cofradías empezaban a recobrar el gusto por tener música propia y por interpretarla en la calle, y además en los momentos más señalados, la hermandad de la Pasión recibió una composición que parecía exótica por su época y por su origen, y que se hizo enseguida cordobesa en la elegancia formal y también en la forma de calar entre los oídos con mejor gusto. Sin sonar en los móviles forrados con estampas de imágenes, no faltaba detrás de la Virgen del Amor. Sin vídeos en la Campana, la pidieron muchas bandas del interior de Andalucía, de esas con directores que saben lo que piden y lo que ofrecen.
Virgen del Amor entre naranjos la escribió, para la Dolorosa de San Basilio, el compositor Pablo Antonio García Sánchez (Toledo, 1980) todavía bastante joven, pero que en los años anteriores había decidido desatar su creatividad y llegó a la decena de obras antes de cumplir los treinta años. En unos tiempos en que un señor que nazca en el reino de León o en el noble campo castellano es capaz de ensartar bulerías y tonás flamencas como si comiera cada día en la Venta Vargas, Pablo Antonio García Sánchez fue fiel a su estilo, más próximo al magisterio de Emilio Cebrián y a la música levantina que a las marchas andaluzas, con unas maderas muy cuidadas y apoyada más en los metales graves que en los brillantes.
Esta marcha fúnebre para una cofradía de barrio se abre con una solemne llamada de las trompetas y los trombones, que tras la respuesta de los clarinetes se repite, con una rica ornamentación del oboe. Sus características formales son las de una marcha lenta que avanza con una marcialidad muy acusada, y que desarrolla en el tema principal lo que ya las llamadas de los metales han esbozado. Los clarinetes relatan una melodía tan solemne como dolorosa, que emociona pronto al oyente y que crece con el breve contracanto puntual de las trompetas.
Llega luego a un fuerte de bajos muy inspirado, en forma de algo parecido a una fuga, ya que las trompetas toman el camino que han empezado los trombones. Será también muy original, ya que entre su primera aparición y la segunda el compositor deja un breve intermedio de las maderas, que después conducirá, también con un desarrollo muy natural y armónico, hasta el trío. Aunque tenga personalidad propia, durante toda la marcha y en especial en el trío es imposible no recordar al maestro Ricardo Dorado y a su excelsa Mater Mea. Los saxos y clarinetes exponen una melodía de honda tristeza, muy bella, punteada primero por las flautas y que después realiza un elegante crescendo para reexponer el tema apoyado en la percusión, y con la emoción a flor de piel. En un alarde original, el autor opta por dar una cierta simetría y son los metales quienes cierran con una breve fanfarria esta marcha solemne.

Quizá para hacer honor a su título, la Virgen del Amor la llevó casi todos los años en el Patio de los Naranjos y desde la Pasión esta marcha solemne, quizá ligeramente militar y de impronta de Viernes Santo castellano, exótica estos años en la Semana Santa andaluza, pasó a bandas de las ocho provincias y la grabó a Asociación Musical Ortiz de Villajos, de Adra (Almería). Siempre la forma cordobesa de lo que se filtra con naturalidad, sin hacer ruido, pero sin detenerse.

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