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«Por una Madre», del dolor a la esperanza cierta

Luis Miranda el

Si alguna marcha encarna al patrimonio procesional de Córdoba (no a su Semana Santa, que es distinto, y que tiene música de Gámez Laserna), es ésta. Intensa, bella, plena en enjundia, desbordante de emoción y pendiente sólo de agradar a los oídos y respetar las reglas del noble arte en que está escrita. No puede decirse que le hiciera daño el no estar dedicada a ninguna cofradía, porque muchas veces las hermandades con buen patrimonio tampoco hicieron caso de él, pero sí que merece mejor suerte esta pieza que no se sabe si es marcha fúnebre o más bien canto de esperanza en la resurrección, o las dos cosas a la vez.

Enrique Báez, autor de una obra procesional fascinante, escribió «Por una Madre» en 1975 y aunque se grabó en el disco de la Banda Municipal de Córdoba, pasó pronto al olvido. Eran los años propios para ello, primero porque escasearon las bandas de música, después porque la dictadura iba por otro lado. La tocó en los 90 la Orquesta de Córdoba, aunque hubo que esperar hasta que la banda de la Esperanza recuperase esta joya, que arranca con la tragedia de la pérdida de la madre, sigue con el dolor profundo de la ausencia y termina con la memoria tranquila que queda cuando la herida ha cerrado un poco.

No fue la única vez que el genial compositor se acordó de ella en su obra. También le dedicó un fragmento de letra en la saetilla de «Jesús Caído» y escribió «Virgen del Socorro» por ser una imagen de su devoción. Aquella tarde de octubre de la Virgen de la Paz sin palio sonó aquello que muchos músicos han cantado para sí: los versos que Enrique Báez hizo para el trío, en ese momento en que el dolor ya parece mitigado:

«La madre es ejemplo de amor, amor que protege mi ser.
La madre es bondad y ternura, ternura que nos da al nacer.
La madre te da su calor, calor que transforma su ser
La madre es bondad y ternura, que Dios nos legó al nacer ¡Amor!»

Desde entonces se ha hecho un hueco en esos oídos que acostumbran a pensar por sí mismos y hasta ha cantado a la Virgen alguna noche de Domingo de Ramos, a esas horas de las candelerías gastadas, y también al llanto de la que sostiene al Hijo muerto en sus brazos.Quizá suene poco, pero a lo mejor es que tanta belleza emocionada es tan intensa que sólo se puede dar a cuentagotas.

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