El 1 de noviembre de 2018 la Virgen del Amparo me inspiró dos cosas. La tarde se había convertido en noche tan pronto como corresponde al día de Todos los Santos y mientras la veía venir de lejos por la calle Lineros saludé a Manolo Muñoz y me contó lo feliz que le hacía ir con la Virgen. Se le notaba en la cara. En los cultos y en las ocasiones en que sus titulares estaban en la calle Manolo estaba siempre donde debía estar: con ellos.
El 1 de noviembre, con vara o cirio y a cara descubierta; el Domingo de Ramos, con la túnica verde y la capa blanca. Mala señal era verlo, porque eso significaba que su cofradía se había quedado en casa, pero el que entrase en San Francisco sabía que estaría allí con el hábito nazareno que llevaba todos los años, y no con trajes ni placas. Trabajó mucho por la Semana Santa en la Agrupación y en muchos lugares y eso supone alguna alegría y bastantes quebraderos de cabeza, pero en ciertos días el refundador del Huerto sabía cuál era su sitio y que no había excusas ni historias para que él no acudiese.
Amueci tocaba con la exquisitez acostumbrada ‘Amarguras’ y yo supe que en la Cuaresma siguiente le tendría que dedicar un artículo a esa música inigualable que cumplía un siglo, pero también que debía dar un sitio en la revista Pasión en Córdoba a Manolo Muñoz para que contase su trabajo para reconstruir la hermandad del Huerto y también su forma de entender las cofradías.
De lo que me contó en aquella mañana de febrero en que hablamos en un bar de la calle de la Feria, a pocos metros del compás por el que su cofradía nace a la Semana Santa recién abierta como una flor, quedaron lecciones que no fueron valiosas por decirlas en voz alta, sino sobre todo porque sabía que eran del todo ciertas, porque él había dado ejemplo.
Sabía que ser cofrade no es siempre un trabajo fácil, porque la hermandad cambia de pronto y que el golpe de timón deja a mucha gente descolocada. Es normal y es humano, pero por mucho que duela hay que seguir: «Les digo a los hermanos que, cuando se enfaden, no tarden mucho en venir por la hermandad, porque cada vez costará más trabajo volver. Se acostumbran a no ir, aunque ya no esté la persona con quien se han enfadado».
Ahora que el Huerto lo ha nombrado, por la aclamación que merecía, hermano mayor honorífico, quedan esas palabras para que reflexionen aquellos que pasaron de vivir en paz con su cofradía y ahora la sienten como una herida en el costado, como un lugar que ya no saben si es el suyo. Cuando en unos cuantos días vuelva la Virgen del Amparo y alguien eche al cielo un avemaría por Manolo Muñoz, que añada otros dos para que cunda su ejemplo y para que todas las cofradías tengan a fundadores y hermanos mayores que nunca falten (o tengan que faltar) cuando sus hermandades estén en la calle.
Liturgia de los días