La mejor fotografía del Vía Crucis Magno no cumple diez años, aunque haya pasado una década de aquella noche que tuvo textura de sueño del que todavía no ha despertado nadie. La hizo Valerio Merino cuando llegaba la Reina de los Mártires por la Ribera y todavía no había girado hacia la Puerta del Puente. Al fuego de su palio rojo y oro, a la plata brillante y a la cera rizada, al rostro de la Virgen, miraba un mar incontable de cabezas expectantes.
Atravesó luego con impecable compás el Triunfo, giró hacia Torrijos y buscó la Mezquita-Catedral, pero al cabo del tiempo, con la memoria de lo que sucedió en estos diez años, parece que es su palio perfecto una brújula señalando el lugar al que había que marchar.
De todo lo que se aprendió esa noche, y no hay aprendizaje sin errores que no hay que repetir, lo más importante no fueron los 18 pasos en la calle, las bullas como no se habían visto ni se volvieron a ver en la ciudad ni la duermevela dichosa hasta el amanecer de cofradías que volvían llenas de música y de entusiasmo. Pasó y quedó como se guarda lo excepcional. Lo más grandioso del Vía Crucis Magno fueron la crecida enorme de autoestima y sobre todo el encuentro definitivo del centro de las cofradías.
Porque la Reina de los Mártires, cuando los flecos de bellota golpeaban en los varales monumentales y la banda hacía sonar ‘Salve Regina Martyrum’ y ‘Cordero de Dios’, iba atrayendo las miradas de todo el mundo a la Mezquita-Catedral, como si hasta ese momento tantos no se hubieran dado cuenta de que estaba allí y de que tenían que ir todas las cofradías.
Pasó entonces que la Mezquita de las postales y los telediarios pasó a ser también Catedral, sin dejar de ser monumento fascinante lleno de historia, y quién sabe si desató aquella reacción llena de posverdad en que se contaba la historia delirante de la inmatriculación por treinta míseros euros, que ni eso costó. Lo aprendieron los que no quieren ver un paso en la calle y los que están deseando de que haya uno, y los primeros vieron cómo se causa se apagaba como la espuma artificial de un cava de oferta y los segundos fueron capaces de ayudar a resistir.
El camino no terminó en la asamblea que aprobó la carrera oficial nueva ni en la mañana radiante del Domingo de Ramos de 2017, cuando por la recién abierta segunda puerta cruzó Jesús de los Reyes. La fotografía no ha cumplido diez años porque todavía está viva y hay que seguir puliendo, quitando, perfeccionando y mejorando con los ojos abiertos, como si se escuchase sonar el martillo para seguir adelante aunque ni entonces ni ahora estén todos convencidos.