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La antipatía de las normas

La Agrupación de Cofradías entrega un borrador de estatutos con puntos espinosos para las hermandades que tienen que votarlo

La antipatía de las normas
Luis Miranda el

Una negociación o un proceso para conseguir el apoyo de alguien no deja de parecerse, como suele repetir Ignacio Camacho, a un rito de apareamiento. Cada uno de los dos lados muestra lo mejor de sí mismo, ofrece y exige, pide y no da, se resiste o se insinúa, cede o se rinde si pensa que es mejor eso que ver la soga rota y el acuerdo por los suelos. A la hora de sentarse para conseguir algo hay quien empieza con promesas tentadoras y quien lo siembra todo de obstáculos imposibles para después levantarlos y mostrar su buena disposición. No son objetivos ni condiciones, sino macguffins que despistan de la auténtica intención.
La Agrupación de Cofradías de Córdoba tiene abierto un proceso natural, que es el de la elección de nueva presidenta o nuevo presidente, y otro que por su naturaleza es extraordinario pero que también se ha presentado en un momento extraño. Francisco Gómez Sanmiguel está literalmente en la prórroga de su mandato y a pesar de que no puede seguir y de que su vicepresidenta prepara una candidatura con buena parte de la junta que ha estado en estos años, ha planteado a las cofradías el borrador de unos nuevos estatutos llenos de puntos espinosos y antipáticos. Después de aquel reglamento a cencerros tapados y en plena Cuaresma alguna lectura superficial diría que no sabe elegir los tiempos, pero puede haber algo más.

Las nuevas reglas, que así deberían llamarse si hubiera un poco de gusto filológico en esta ciudad de los equipos de nazareno y de los desfiles procesionales, quieren poner condiciones, y no simples trámites automáticos, a las cofradías que quieran incorporarse a la Agrupación y luego hacer estación de penitencia a la Catedral. Se meten en el terreno pantanoso de tener al templo mayor, corazón de la carrera oficial, como hotel para los que viven lejos y buscan, en fin, las normas y reglas que hubieran hecho falta hace unos cuantos años para no estar como hoy.
En el papel parece razonable, pero la razón no vota en septiembre, y las elecciones de las cofradías no evitan los sustos, en su caso mucho más humillantes, a los candidatos únicos. Las hermandades que tienen que decidirse a favor de una candidata o en su contra, o quizá en beneficio de otro, son las mismas que han visto bien que no hubiera reglas, que se han beneficiado del vacío legal o que en cualquier caso callan por no enemistarse con el vecino al que sí le viene bien que nada cambie. Muchas veces ni siquiera es el vecino, sino que aquel mismo que va en nombre de una cofradía está comprometido con martillo en otra y no hará nada que la perjudique.
Aquella junta que prometía hacer «lo que digan las hermandades» se encontró más de una vez con que las mismas cofradías que la habían votado querían una Agrupación justamente igual, o más grande, que la que había, y muy distinta de aquella tan funcional y adelgazada que habían prometido en la campaña. Incoherente a la vez que impecable. No hay fecha ni horizonte para perfilar el proyecto ni para votar los estatutos, pero la extraña decisión de entreverarlos con las elecciones tiene algo de campaña y algo también de negociación, como si al calor del sufragio se pudieran derretir las condiciones y las normas, las prohibiciones y los artículos desagradables a cambio de más años de paz sin antipatía.

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