El Viernes Santo de 2020 no pudimos decirle adiós a su camino íntimo por la calle Agustín Moreno ni la vimos por última vez detenida en silencio natural, y no impuesto, ante la puerta del convento de Santa Cruz. Tampoco abrió con su presencia las puertas nuevas de su nueva casa, ni sonó música en el camino en que la cofradía abría un nuevo capítulo en una historia que va para el medio siglo. Pasó sin que sucediera nada en la calle: una tarde la Virgen de la Soledad estaba en el sagrario de Santiago y a la mañana siguiente amaneció radiante en Santa María de Guadalupe. Es lo que ha dejado el Covid-19, pero lo importante no era un paso en la calle, sino la hermandad en busca de un nuevo lugar.
Lo que la cofradía aprobó en enero y ahora ha consumado es un paso lógico en la historia de las hermandades, que no pocas veces buscaron otras casas en busca de mejores horizontes o quizá por haber perdido las que tenían. Ahora apenas hay órdenes religiosas hostiles ni párrocos que no las toleren, quizá en parte porque se les pide lo contrario. La Soledad busca en el poblado barrio de Levante crecer en tierra amiga que es además franciscana, la orden seráfica que marcó su nacimiento y su carisma. De su marcha se hablaba desde hace más de quince años y llega después de mucha colaboración con los franciscanos del colegio y de la parroquia.
En cierta forma la Soledad también huye de la gentrificación que vacía los barrios históricos de las ciudades para llenarlos de visitantes fugaces y obliga a sus vecinos de siempre o a los que pueden serlo a buscar sitios más cómodos y con mejor aparcamiento, pero también huérfanos de esos lugares en los que la historia parece estar en el ambiente y en las horas marcadas por campanas antiguas. La Semana Santa es siempre hija de su tiempo y en estos años todo invita a dejar las viejas collaciones en cáscaras estéticas y vacías. Sus parroquias son monumentos que se visitan y lugares en que se casan parejas que no han vivido en su feligresía, aunque sí lo hicieran sus padres y sus abuelos.
En Santiago queda la cofradía del Cristo de las Penas, la devoción histórica del maltratado barrio, y esta no se irá, como tampoco la Misericordia se marchará de San Pedro ni Ánimas y el Calvario dejarán San Lorenzo. Si la Soledad abre las puertas a la gente de su nuevo barrio su decisión será venturosa, aunque haya quien eche en falta el hondo silencio con que llegaba la Virgen en su altar de caoba y bronce. Mientras tanto habrá que rezar para el mundo dé pronto otro volantazo que no deje a las cofradías históricas aisladas en perfectos decorados históricos.
Liturgia de los días