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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Fuera de casa

Luis Miranda el

En la difícil edad en que se adquieren los valores y la personalidad se forma, nadie lo logra si no es mirando a otra persona, a un adulto al que se admira y del que se reciben enseñanzas y ejemplos. En condiciones normales, nadie mejor que los padres para mirarse. Si son personas decentes, y padres y madres lo son en un porcentaje tan abrumador de los casos que apenas cabrían las excepciones, los chicos tienen que aprender de ellos: admirar lo que hicieron con sus vidas antes y después de que ellos nacieran, imitar algunas de sus buenas decisiones, aprender de los errores sin reprochárselos y agradecerles los infinitos desvelos.

Algunos psicólogos, que tratan de revestir su ciencia con palabras solemnes que eliminan las verdades del afecto y la naturalidad, llaman a todo esto los referentes paternos, y de la solidez que tengan dependerá el desarrollo afectivo y social del chico. Las más de las veces, bastan para conseguir un adulto solvente y más o menos maduro, pero de vez en cuando fallan, o la referencia que ofrecen no es la adecuada. La criatura ahí tiene pocas alternativas: o sale a sus padres, y por lo tanto de él se puede esperar poco más que la supervivencia propia a toda costa, o bien se consigue un referente no tan próximo pero sí cercano. Un tío, un abuelo, algún hermano mayor que siguiera un camino distinto al de los padres, un profesor, o hasta un ídolo deportivo o musical al que querer parecerse.

No lo hacen todos, pero muchos se han hecho personas de provecho buscando fuera de casa. Puede ser dejadez, o incapacidad, o simplemente las circunstancias que se van haciendo perpetuas. «El culpable es la sociedad, no el individuo», repiten quienes gustan de diluir las responsabilidades propias más de la cuenta. El caso es que sin padre y madre en quien fijarse, hay gente que consigue salir adelante y se labra un porvenir a base de seguir a los que admira.

Las cofradías de Córdoba, salvo excepciones puntuales y casos del todo incorregibles, se van haciendo mayores y se parecen a aquello que soñaban cuando eran niñas. Algunas ya son estupendas cofradías de bulla, con sus capas, su cera rizada y sus misterios bien dorados. Otras, menos, se han hecho hermandades de negro, con nazarenos altos, estricto sentido del silencio y profundidad en los símbolos, respetables y hondas. Muchas tienen sus pasos de misterio terminados y al verlos avanzar con toda la plenitud muchos recuerdan los duros años 80 en que nunca pensaran tanta emoción y tanta calidad.

Otras van creando excelentes pasos de palio con bordados, orfebrería y candelerías, y a la luz de la noche hay que pedir que nunca terminen de entrar en sus templos para seguir emocionándose con la Virgen. Los más críticos dirán que han aprendido en Sevilla, que han renunciado a buscar en la ciudad propia y que se han estandarizado. Pero eso ser estricto y no ensalzar a quienes se han hecho algo en la vida como huérfanos reales que, ya que no conocieron a sus abuelos más que por unos cuantos detalles, superan a su padre y a su madre tras comprender que, aunque en el interior tuvieran algo de lo que aprender, en realidad no podían enseñarle nada.

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Luis Miranda el

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