Sheldon Adelson tiene a la industria del juego online de uñas. El otro día declaró que es «el oro de los tontos». «Haga clic con el ratón y pierda su casa», repitió como lema. El dueño de Las Vegas Sands tiene clarísimo que «como padre, abuelo, ciudadano y patriota de este gran país» (omitió su faceta como hombre de negocios) se opone a la legalización y la proliferación de los juegos de casino por internet.
Mientras en Estados Unidos se suceden los movimientos para volver a legalizar el juego por internet, Sheldon Adelson no es de los que se sientan a esperar al enemigo. El magnate disparó a matar contra la competencia virtual, según él por el «desastre social» que supone. Adelson insistió en la necesidad de que se endurezcan las prohibiciones existentes en los Estados Unidos y negó que su postura tenga nada que ver con el miedo a la competencia, ya que la mayor parte de sus ingresos provienen de sus casinos en Asia.
Su preocupación, explicó, es la salud moral y social de sus compatriotas. El juego online, disponible las 24 horas del día y en cualquier lugar, hace inviable un juego racional (este hombre no ha visto jugar a algunos de sus clientes) y permite que participen niños o personas bajo los influjos de alguna droga. «Como padre de dos hijos adolescentes, soy muy consciente de que vivimos en una época en que muchos niños son adictos al juego por internet», afirmó.
No es cuestión de señalar las evidentes contradicciones de Adelson, que no habla de los problemas del juego presencial, por supuesto, ni de los negocios turbios que a veces crecen a su sombra. No creo que esto deba verse como una guerra entre ambas modalidades, cada una con sus riesgos (a menudo compartidos), pero llama la atención que el impulsor de Eurovegas mencione que los jugadores por internet actúan movidos por las drogas y no repare en que en muchos de los casinos físicos de Las Vegas regalan la bebida a sus clientes mientras sigan jugando.
En la ciudad del pecado conocí a la novia de un jugador profesional cuyo relato me puso los pelos de punta. Me confesó que mientras su chico participaba en las Series Mundiales de Poker, ella mataba el tiempo libre jugando en las tragaperras. No lo hacía porque le interesara esa modalidad de juego, sino porque tenía un problema de alcoholismo y le salía más barato echar moneditas y seguir bebiendo gratis que pasarse por el bar.
Es solo un caso y no pretendo generalizar, pero tiene gracia que para Adelson los únicos peligros provengan del juego online, que son «una amenaza para nuestra sociedad, una toxina, un cáncer». En su diatriba, Adelson tampoco excluyó al póquer. Negó que fuera un juego de habilidad y aseguró que «puede ser más adictivo que otros juegos», excepto en los casinos físicos, claro, donde según dijo «hay mucho más control».
Las respuestas a estas declaraciones, recogidas con generosidad por la prensa estadounidense, han sido tan amplias y variadas que prefiero hablar de ellas en otra entrada.
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