Ennio Morricone (Roma, 1928), maestro de maestros de la composición musical para el cine, autor de medio millar de bandas sonoras, cuelga en mayo la batuta con una gira de despedida en España y Portugal, a los 90 años, después de más de siete décadas de trabajo. Es buen momento para recordar su profunda afición al ajedrez. El propio músico recordaba en el libro «En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida» (editado por Malpaso hace un par de años), escrito a partir de las conversaciones mantenidas durante años con el joven compositor, como mínimo más joven que él, Alessandro de Rosa. «Para mí, el ajedrez es el juego más hermoso precisamente porque no es solo un juego», sostiene.
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La importancia del ajedrez en la vida de Morricone queda patente desde el principio. En 2006 compuso el «Himno de los ajedrecistas» para la Olimpiada de Ajedrez de Turín. El «primer movimiento» del libro está dedicado al juego, justo después del prólogo. El ganador de dos Oscar habla de los fuertes puntos de contacto entre el sistema de notación musical y el ajedrez. «No es casualidad que entre los matemáticos y los musicólogos se oculten generalmente los más grandes jugadores», afirma, y cita a Mark Taimanov, «pianista y ajedrecista excepcional», Jean-Philippe Rameau, Serguei Prokofiev, John Cage, y sus amigos Aldo Clementi y Egisto Macchi. «El ajedrez es pariente de las matemáticas y, como afirmaba Pitágoras, las matemáticas lo son de la música», añade. «En el fondo, para mí, son actividades igual de creativas; ambas se basan en procedimientos gráficos y lógicos que implican también la probabilidad, lo imprevisto».
Ennio Morricone descubrió el ajedrez por casualidad. De niño, se encontró con un manual que le llamó la atención y lo compró. Empezó a jugar tanto que descuidó la música. Su padre le llamó la atención y le obligó a dejar el juego, al que volvió con 27 o 28 años. Ya «no fue fácil». Se inscribió en un torneo en Roma, donde le dieron una paliza, y tuvo claro que debía estudiar. Lo hizo con Tatai, doce veces campeón de Italia. Siguió con Zichichi y con Ianniello, que enseñaba a toda la familia Morricone. El maestro llegó a tener cerca de 1700 puntos Elo. «Si no hubiese sido compositor, me habría gustado ser ajedrecista, pero de alto nivel, un aspirante al título mundial», asegura. Una vez incluso dijo que cambiaría el Oscar (cuando solo tenía uno) por la corona, y de vez en cuando se pregunta hasta dónde habría llegado, también como médico, otro sueño infantil, anterior al ajedrez pero menos desarrollado.
¿Qué le gusta a Morricone del ajedrez?
Este punto es curioso, porque le apasiona precisamente lo imprevisible. Pone como ejemplo a Mijail Tal, uno de los más grandes de la historia, que «ganó muchas partidas gracia a movimientos que confundían tanto al rival que no tenían tiempo suficiente para reflexionar». De Bobby Fischer destaca: «Fue un auténtico fuera de serie, quizá mi preferido, inventó movimientos inesperados y sorprendentes». Llama la atención que considere su trabajo musical más analítico que el ajedrecístico, que ve como más intuitivo e incluso creativo. «Ellos arriesgaban jugando, en gran medida, llevados por su instinto. Yo en cambio busco la lógica del cálculo», explica.
«Para mí, el ajedrez es el juego más hermoso precisamente porque no es solo un juego», dice Ennio Morricone, que agrega a modo de aclaración: «Todo se cuestiona, las reglas morales, las de la vida, la atención y las ganas de luchas sin derramamiento de sangre, pero con voluntad de vencer y de conseguirlo justamente. Sirviéndote del talento y no solo gracias a la suerte».
El capítulo está plagado de citas que enorgullecerían a cualquier ajedrecista:
Morricone también cuenta que al componer la música de «Los odiosos ocho», que le valió su segundo Oscar, mientras leía el guión pensaba en el estado de ánimo que se experimenta durante una partida. También reflexiona sobre lo contradictorio que supone que en un juego tan violento no se derrame ni una gota de sangre, al contrario de lo que ocurre con las películas de Quentin Tarantino. «Y a pesar de ello no es un juego frío», insiste.
Entre los rivales de Morricone sobre el tablero, el maestro destaca a Terrence Malick («mucho mejor que yo»), Egisto Macchi y Aldo Clementi, quien una vez jugó contra John Cage una partida «legendaria en el mundo de la música». Fuera de su círculo, afirma que conoce a varios profesionales y los sigue cuando puede en los torneos. Incluso está suscrito a varias revistas: «La Italia Scacchistica» y «Torre & Cavallo – Scacco!». Otro rival recurrente es su viejo Mephisto, un tablero electrónico ya desfasado pero con una fuerza todavía suficiente para él. Confiesa que en total le ha ganado solo unas diez partidas.
Morricone también ha transmitido su pasión a sus hijos, lo que logró especialmente con Andrea, que juega mejor que él. El mejor momento de su carrera ajedrecística, recuerda, fue lograr tablas contra Spassky en unas simultáneas. Fue un gambito de rey en el que el músico aplicó una vieja receta de Fischer. Una de sus mayores placeres lo encontraba jugando partidas relámpago. Entre sus rivales más ilustres también figuran Karpov, Kasparov, Judit Polgar y Peter Leko.
Por otro lado, habla de la «inteligencia genuinamente ajedrecística», que no guarda relación con la del individuo en su vida cotidiana. Dicha circunstancia le ha permitido conocer maestros sensacionales sin ningún tema de conversación. Del mismo modo, hay caballeros pacíficos como Spassky, «feroces» en el tablero.
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