Oriente Próximo, simultáneas de ajedrez

NB: Este artículo fue publicado anteriormente en El Economista.

La ausencia de avances en las negociaciones entre las partes desde que se inició el conflicto, tras el ataque del grupo terrorista Hamas contra el sur y el centro de Israel, está haciendo emerger la fatiga.

El optimismo se está tornando en pesimismo a lo largo y ancho de la región.

El riesgo de ampliación del enfrentamiento lo atizan factores estructurales, a pesar de los avances que se habían realizado desde 2020 con la firma de Acuerdos Abraham entre países árabes o musulmanes y el Estado de Israel para normalizar sus relaciones bilaterales.

Los países del Oriente Próximo están militarizándose, las divisiones religiosas se agudizan, incluidas aquellas que afectan al islamismo, los dilemas de seguridad crecen y los actores no estatales están muy activos y su papel es prominente en la región.

Durante los últimos meses tanto Israel como Irán y sus apoderados del llamado “eje de la resistencia” –Hamas, en Gaza, Hezbollah, en el Líbano, hutíes, en Yemen, y milicias chiitas, en Irak- están aumentando su postura militar e incrementando su preparación bélica.

Los esfuerzos diplomáticos son frágiles en esta situación.

El cálculo de Irán es continuar con su disposición para una gran guerra contra Israel, incluso si se llegara a un acuerdo para concluir el conflicto en Gaza.

La evaluación estratégica que se realiza en Teherán es que la destrucción completa de Hamas por Israel ha sido impedida y que, por tanto, este grupo terrorista ha vencido al no ser derrotado.

Asimismo, Irán está persuadida de que ha creado suficiente poder bajo su égida en Gaza, Líbano, Yemen e Irak como para que cada una de estas áreas sean de enfrentamiento múltiple contra Israel, incluso si una guerra regional no estallara.

En Israel se ha pasado del estado de opinión original, en octubre de 2023, en favor de concentrar los esfuerzos en Gaza y olvidarse de Hezbollah al sentimiento actual de aprovechar la oportunidad de atacar a esta guerrilla en el sur del Líbano.

El pesimismo que impera en Israel sobre un acuerdo posible inmediato se fundamenta en la convicción de que Gaza no debe regresar al statu quo ante bellum, es decir, que Hamas vuelva a controlar la Franja, algo que Israel no va a permitir para evitar que esta organización terrorista reviva como fuerza militar.

Hamas, por su parte, quiere tornar, obviamente, a la situación anterior a octubre de 2023 en la medida máxima que le sea posible.

Sin embargo, Israel está descubriendo que Hezbollah no quiere encontrarse en la coyuntura previa a sus bombardeos sistemáticos del norte de Israel, antes del ataque de Hamas, ya que ésta permitiría a más de 150.000 israelíes volver a sus hogares de los que ahora han sido desplazados por razones de seguridad.

Las voces en favor de que Israel se enfrente abiertamente con Hezbollah crecen con el objetivo de hacerle retroceder hacia el norte del Líbano más allá del rango máximo de alcance de su artillería.

Las probabilidades de un enfrentamiento militar en toda regla entre las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y Hezbollah se incrementan a medida que se prolonga el conflicto entre ambas en la frontera septentrional de Israel.

A pesar de lo anterior, el cálculo que los poderes locales y regionales hacen es contrario a la escalada del conflicto porque no sería en beneficio de ninguno de ellos.

Las potencias globales -Estados Unidos (EE. UU.), la Federación de Rusia o China- tampoco están interesadas en una guerra regional en el Oriente Próximo.

Los riesgos de accidentes están controlados y son limitados porque las partes en la zona se conocen bien unas a otras, han establecido a través de medios violentos las reglas del enfrentamiento y del control de la situación actual y la comunicación entre ellas continúa, aunque sea indirectamente.

El Oriente Próximo se asoma a un escenario de mantenimiento de la confrontación presente como una guerra de baja o de media intensidad y de duración prolongada.