El Sahel ocupa, en el norte de África, una superficie cuasi rectangular de más de 3 millones de kilómetros cuadrados, cuyo perímetro está marcado por los 6.000 kilómetros que separan las costas del Océano Atlántico de Mauritania y de Senegal y las del Mar Rojo de Sudán y de Eritrea y los 300 kilómetros que, de media, separan la franja sur del desierto del Sahara, al norte, y la sabana fértil, al sur.
Once países -Argelia, Burkina Faso, Camerún, Chad, Eritrea, Mali, Mauritania, Níger, Nigeria, Senegal y Sudán, cuyas poblaciones combinadas suman más de 300 millones de habitantes, de los cuales, 18 millones están al borde de la inanición- tienen parte de su territorio situado en el Sahel.
El Sahel está caracterizado por haberse convertido en un foco de inseguridad, dada la inestabilidad política que recorre la mayoría de estos países, y de violencia y de deterioro de la seguridad, ya que, simultáneamente, se ha transformado en el centro mundial del terrorismo internacional de carácter yihadista.
Estos riesgos que amenazan al Sahel -por extensión, al norte de África, a Europa y al mundo- se están agravando muy rápidamente en los últimos años.
En el caso del terrorismo internacional islámico, su intensidad y su ámbito de impacto están empezando a desbordarse desde el Sahel hacia su vecindario más cercano.
Por ejemplo, en mayo de 2022, el gobierno de Ghana lanzó una gran campaña antiterrorista, Togo sufrió ataques de terroristas yihadistas contra algunas de sus instalaciones militares y Benin -los tres son países situados al sur de Burkina Faso y con costas en el Golfo de Guinea- empieza a recibir el impacto del efecto combinado del desplazamiento de personas y de la violencia, tan comunes entre los países del Sahel.
Todas las misiones antiterroristas, ya fueran bien de combate o bien de entrenamiento, que los países europeos y que la comunidad internacional -con Francia a la cabeza de muchas de éstas, por mor de su sentido de posesión hacia esa geografía, que fue parte de su legado colonial y que, hoy, intenta mantener como una zona de su influencia- llevan años desplegando en el territorio del Sahel, están, reiteradamente, fracasando.
Entre todas ellas, destacaba la “Operación Barkhane”, iniciada en agosto de 2014 y finalizada en octubre de 2021, con una fuerza de unos 4.500 soldados, dirigida por Francia -que sucedió, a su vez, desde su inicio, a la “Operación Serval”, que comenzó en 2012 con la misión específica de desalojar a grupos islamistas del norte de Mali-, con el objetivo de luchar contra el terrorismo islámico, que se había marcado un enfoque geográfico mucho más amplio que el de la “Operación Serval”, al abarcar Mali, Burkina Faso, Níger y Chad en su mandato, y llevó a cabo misiones para eliminar a importantes líderes yihadistas.
De hecho, la “Operación Barkhane” liquidó a dos de los cinco líderes fundadores, entre ellos, Almansour Ag Alkassoum, del Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes –Jama’at Nusrat al-Islam wa al-Muslimeen (JNIM), en su nombre original-, vinculado a Al-Qaeda.
El cuartel general de la “Operación Barkhane” se encontraba en Yamena, capital de Chad, y la operación tenía asignados aviones de combate, bases para la recopilación de información -en Niamey, capital de Níger, en Agadez, en Arlit, en Tillabéry y en otras localizaciones nigerianas- y 1.500 efectivos en el norte de Mali -repartidos entre la base de Gao y otras en Kidal, en Tombuctú, en Tessalit, y, más recientemente, en Gossi-.
La “Operación Barkhane” era la mayor operación de Francia en el extranjero y contaba con un presupuesto de casi 600 millones de euros al año.
El otro gran proyecto de combate contra el terrorismo yihadista en Sahel, la Fuerza G5 Sahel (G5S) -organizada con tropas de Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger-, que fue creada en 2017, se ha visto siempre lastrada por la falta de financiación y ha tenido muchas dificultades para reducir, en la práctica, la violencia en la zona.
En mayo de 2022, el gobierno de Mali, surgido del golpe militar de 2020, anunció que se retiraba del G5S debido al fracaso de la iniciativa por ausencia de fondos y por no cumplir las expectativas que sus objetivos habían creado.
Tras este anuncio, obviamente, también, se encuentra el descontento del gobierno militar de Mali por las sanciones que le están imponiendo otros países del África Occidental y por el hecho de que el G5S decidiera unir fuerzas con la “Operación Barkhane” liderada por Francia.
El golpe de la salida de Mali al proyecto G5S y al resto de países miembros de esa iniciativa es monumental, dado que Mali es el epicentro de todos los problemas que están surgiendo y se están proyectando desde el Sahel hacia el resto de África, hacia Europa y hacia el mundo.
En definitiva, la descomposición de los proyectos de lucha antiterrorista en el Sahel se debe al sentimiento antifrancés -Francia se ha comportado como un poder sub imperial en aquella demarcación-, que se está extendiendo velozmente en la región, y a la pobre gobernanza interna de los países la zona, que no han sabido encontrar el acomodo necesario entre sus gobiernos civiles y sus Instituciones Militares, las cuales, a través del recurso reiterado a los golpes de Estado, están socavando la legitimidad política de muchos de los Estados del Sahel.
Algún día habría que estudiar por qué los oficiales de la Fuerzas Armadas de los países del G5S, que son entrenados en Europa en el combate antiterrorista, son precisamente los que acaban encabezando, a su regreso, los golpes de Estado en sus países.
El terrorismo islámico en el Sahel africano no es un fenómeno, simplemente, corolario del ataque terrorista contra las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York en septiembre de 2001.
Sin duda, la ambición expansiva de organizaciones como Al-Qaeda o como el Estado Islámico (EI) es parte fundamental del problema, aunque, sin embargo, no lo explica completamente.
Además de la presencia de las franquicias de estas dos organizaciones en África, el terrorismo radical de orígenes étnicos y religiosos, especialmente, de matriz islámica, tiene raíces profundas en la región, que se remontan, en algunos caos, al s. XVIII.
El Frente de Liberación de Macina –Macina Liberation Front (MLF), en inglés-, por ejemplo, es un grupo terrorista islámico radical, creado en 2015, con una presencia importante en torno a la ciudad de Macina, en el sur de Mali, que reclama su legitimidad histórica al reivindicar la restauración del Imperio Macina, que fue un estado formado por yihadistas fulas o fulanis, que ocupaban el África Occidental -en la zona del delta interior del río Níger y en las que hoy son las regiones de Mopti y Ségou en Mali, cuya capital era Hamdullahi-.
El MLF tiene como fuente de recluta a los más de 20.000 fulanis que hoy pueblan África.
El contexto de las cosas cuenta y el fenómeno terrorista en África no surge del vacío, sino, más bien, de la intersección de las disputas y de los conflictos intercomunales y entre tribus y es espoleado por la confluencia de intereses con el crimen organizado internacional –Transnational Organised Crime (TOC), en inglés-, especialmente, el tráfico de drogas.
Desde hace años, los cárteles de la droga de América Latina están utilizando el Golfo de Guinea y las costas del Atlántico en el Sahel para descargar su mercancía y han subcontratado, en esos lugares, a los grupos yihadistas regionales como parte integral de sus cadenas de suministro globales para que estos realicen, a cambio de compensaciones que ayudan a su financiación, el transporte seguro de sus cargamentos hasta las costas del norte de África, antes de ser desembarcada en el sur de Europa.
Asimismo, la desaparición de Libia, tras una operación ofensiva más de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en 2011, que acabó con el régimen de Gaddafi, quien había creado una arquitectura relativamente estable de acuerdos con grupos y con tribus locales, tuvo un efecto negativo en la aceleración de muchos de los fenómenos -movimientos de tribus a través de fronteras, tráfico de armas, expansión de ideologías radicales- que acabaron cristalizando, posteriormente, en el Sahel.
El terrorismo yihadista en África Occidental ha acabado, finalmente, vinculado, también, al del Próximo Oriente y al de carácter internacional y los esfuerzos de los países occidentales, bajo el liderazgo de Francia, de los últimos años han terminado por agravar la situación de la región.
La política exterior de cualquier nación, si está bien definida, debe ser la resultante del alineamiento de cuatro estratos superpuestos: geografía, historia, intereses y valores.
Por ello, debería prestarse un poco más de atención, quizás, al analizar los problemas de seguridad en el Sahel, al hecho de que la compañía francesa de energía nuclear, Orano, obtenga de Níger gran parte del uranio que utiliza para sus procesos de producción y de que la compañía francesa del petróleo, Total, tenga en Mali yacimientos petrolíferos.
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