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5 actores decisivos para la resolución de la crisis en Siria

5 actores decisivos para la resolución de la crisis en Siria
Jorge Cachinero el

La Federación Rusa comenzó su participación en la guerra civil siria el 30 de septiembre de 2015, a petición del presidente de Siria, Bashar al-Assad, dado que la sostenibilidad de su gobierno estaba cada vez más amenazada.

Desde 2011, año del inicio del conflicto interno sirio, los intensos combates y las deserciones masivas habían debilitado al Ejército Árabe Sirio y el gobierno sirio había perdido el control de amplias franjas de varias provincias -Idlib, Alepo, Raqqa, Deir Az Zor, Hassakeh, Deraa y Quneitra- y luchaba por hacerse con Hama, Homs y la campiña de Damasco.

La intervención rusa detuvo el avance de la oposición, que contaba con el apoyo de Occidente, de Turquía y de algunos países árabes del Golfo Pérsico, y consiguió mantener al régimen baazista de Damasco en el poder.

Sin duda, la caída de al-Assad habría amenazado los intereses de Rusia y habría eliminado a otro de sus aliados regionales.

Esto habría supuesto un duro golpe para Moscú, sobre todo, después del derrocamiento del libio Muammar el-Gaddafi, en 2011, ejecutado mediante otra intervención ofensiva de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a la que Putin se había opuesto.

Siete años después de que Rusia interviniera en Siria para salvar a Bashar al-Assad de una desaparición inminente, Moscú ha alcanzado, en gran medida, sus fines políticos.

Esta proyección allanó, también, el camino para una presencia rusa más asertiva en Oriente Medio, lo que llevó a algunos observadores a hablar de un resurgimiento ruso en la zona.

Lejos de quedar atrapado en un atolladero similar al de Afganistán, como muchos analistas habían predicho, el presidente Vladimir Putin logró sus objetivos clave sin incurrir en costes insoportables.

Foto de la izquierda – al-Assad (i), Puntin (d)

La intervención en Siria, en el fondo, trataba de hacer frente a Estados Unidos (EE. UU.), ya que el presidente Vladimir Putin está convencido de que los estadounidenses han estado prestando apoyo político y material a numerosas protestas populares que han tenido lugar en el espacio postsoviético -las llamadas revoluciones de colores- y en Oriente Medio -incluyendo el movimiento de la primavera árabe- desde el comienzo del siglo XXI.

Rusia actuó en Siria mediante la fijación de fines limitados para dicha operación -en orden a evitar un escenario de extensión excesiva, similar al que la Unión Soviética experimentó en Afganistán, desde 1979 a 1987- y proporcionó al gobierno de al-Assad, desde el punto de vista militar, apoyo aéreo, un componente naval y un pequeño número de tropas terrestres de élite.

Asimismo, Moscú se valió de otros actores regionales -principalmente, Irán y apoderados suyos, como son las milicias terroristas iraníes de la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica o Islamic Revolutionary Guard Corps (IRGC), en inglés- para hacer el trabajo más difícil.

Gracias a este enfoque, Rusia trabajó con todos los principales actores de la región, incluidos los que estaban en conflicto en el teatro de operaciones sirio, lo que posicionaba a Rusia como mediador y reforzaba la influencia de Moscú.

La intervención fue un éxito estratégico de bajo coste.

Moscú se hizo con el control del espacio aéreo occidental y central de Siria y consiguió un acuerdo que le otorgaba una presencia militar permanente en el Mediterráneo oriental durante las próximas décadas, lo que hizo realidad, de esta manera, la aspiración existencial y estratégica rusa, desde los zares rusos a los líderes soviéticos, de tener acceso libre a mares cálidos a lo largo de todo el año, que, ahora, Rusia se ha asegurado.

La posición militar más fuerte de Rusia en el Mediterráneo oriental refuerza las opciones de proyección de poder militar de Rusia en el Mar Negro como, de hecho, sucedió gracias al desempeño importante que la Flota rusa del Mar Negro, con base en Sebastopol, en la Crimea retornada a soberanía rusa desde 2014, tuvo en los planes de Moscú para Siria.

De esta forma, Moscú -que había conservado las instalaciones de Tartus, en Siria, desde la guerra árabe-israelí de 1967-, con la intervención de 2015, ha tenido la oportunidad de modernizar y de ampliar Tartus y, además, de establecer una nueva base aérea en Jmeimim.

Base rusa de Jmeimim, Siria

Rusia nunca había tenido una posición militar tan profunda y amplia en el Mediterráneo oriental y, ahora, se ha asegurado garantías, en el largo plazo, para mantener esta presencia.

Moscú considera que este punto de apoyo en Siria es fundamental para proyectar su poder en el flanco sur de la OTAN y para facilitar sus operaciones en Libia y más allá, por ejemplo, en África o, especialmente, en el Mar Rojo, dado que éste será la cabina de mando del Próximo Oriente del futuro, en vez del Golfo Pérsico, como ha sido el caso hasta el momento presente.

Ahora, con el objetivo de alcanzar una resolución política estable y duradera para Siria, se debe observar y analizar con atención a 5 actores, que serán decisivos en los próximos meses.

En primer lugar, aunque pueda parecer contra intuitivo, dado que no es -por lo menos, durante los últimos años, no lo ha sido- un actor muy visible en el Próximo Oriente, China está mostrando un interés creciente por la región -especialmente, por sus recursos energéticos naturales, petróleo y gas-, cuenta con una relación especial con Rusia -que no tiene límites, como definió, recientemente, el portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno de la República Popular de China- y su papel más activo en la zona sería bienvenido por muchas de sus naciones.

Los países árabes del Golfo Pérsico son un factor determinante para la resolución del conflicto sirio y se encuentran, en estos momentos, en un período de transición y de reorientación estratégica, especialmente, en su relación con EE. UU, mientras que, simultáneamente, deben decidir si quieren implicarse en la contribución a la solución de la situación actual en Ucrania.

Este cambio con respecto a EE. UU. se puso de manifiesto, dramáticamente, por el deseo de los príncipes herederos de Arabia Saudí y de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) de que se supiera públicamente que ambos habían rechazado recientemente aceptar las llamadas respectivas de Biden, a través de las cuales, éste quería proponerles que hicieran de su parte para cubrir la reducción potencial de la oferta de gas y de petróleo a los países de Occidente en el mercado internacional, tras las sanciones combinadas de EE. UU. y de la Unión Europea (UE) a Rusia con motivo del conflicto en Ucrania.

Este proceso de redefinición de su política de alianzas está directamente relacionado con el hecho de que los países árabes del Golfo hayan sido testigos perplejos de la retirada vergonzosa de EE. UU. de Afganistán, en agosto de 2021, y con la constatación de que Biden y su equipo estén dispuestos a resucitar el acuerdo nuclear –Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA), en inglés- con Irán -actualmente, en la fase última de su negociación, aunque, paralizada, por el momento- a cualquier precio.

Por su parte, Irán es un actor decisivo en la resolución del conflicto sirio, a la vista del papel que ha desempeñado en aquel país, como aliado de Rusia.

La atención de Irán está puesta, actualmente, en la conclusión posible de un nuevo JCPOA, dado que su finalización está directamente ligada a la situación interna en Siria.

Está siendo irónico, si no, hasta cómico, para el gobierno iraní comprobar cuán ansiosos se están mostrando Biden y su equipo por cerrar un acuerdo nuclear con Irán, especialmente, en un momento en el que los países árabes del Golfo Pérsico son tan reacios a incrementar sus niveles de producción de petróleo como EE. UU. les está demandando.

Foto del Ayatollah Ali Khamenei y misil iraní en Semnan, este de Teherán, Iran, 2019

Cuanto menos interés los países del Golfo muestran en cooperar con EE. UU. en el ámbito energético, más inclinado está el equipo de Biden por firmar un JCPOA renovado con Irán y viceversa.

Turquía es el comodín de esta baraja de países porque con su presidente, Recep Erdogan, es imposible saber cuál será su próximo movimiento.

Erdogan

Cualquier hipótesis racional sobre el comportamiento y sobre la política exterior de Turquía puede cambiar al día siguiente por una decisión de Erdogan, para quien, además de su impredecibilidad habitual, se suman, en estos momentos, las consideraciones de política interior, que priman sobre cualquier otra, dado que se aproximan las elecciones presidenciales -a celebrar en junio y en julio de 2023-, en las que competirá por su reelección.

Desde ahora hasta entonces, la política doméstica va a jugar un rol decisivo en la definición de la política exterior turca.

Por último, Israel está desarrollando y haciendo crecer una relación muy fructífera, para todas las partes involucradas, con los países árabes del Golfo Pérsico y, por supuesto, sigue con aprensión la evolución de las negociaciones para el cierre de un nuevo JCPOA, dado que, en torno a éste, se sitúa la amenaza existencial más crítica para la supervivencia del Estado de Israel, es decir, la posibilidad de que Irán se convirtiese en una potencia nuclear.

Complejo de enriquecimiento de uranio, Natanz, Irán

Por eso, en las últimas semanas, da la impresión de que Israel está ya actuando por su cuenta para impedir que esa maldición se cumpla.

 

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