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Tomás González

Tomás González
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Se jubila don Tomás González-Martín, periodista. Se jubila o simplemente deja ABC, su casa desde los años 80. Casi cuarenta años de periodismo deportivo de etiqueta, que diría Parrado. Cuéllar le llamaba ‘Armani’ porque Tomás es un elegante, tiene un sentido particular, un poco italiano, de la elegancia.
Ha sido un redactor de prensa, de buena prensa, un escritor inmediato, cotidiano, de gracejo, fluido, con ese punto inevitable de narratividad y cierta fantasía que exige la prensa deportiva. También un obsesivo del teléfono, de llamar, de ser llamado, de rondar al club. Muchos envidiaban esa capacidad suya. Tomás no quiso nunca derribar gobiernos, solo quiso contar con amenidad lo que iba a pasar. Periodista químicamente puro, periodista de acercarse, de sonrisa contagiosa y apretón de manos, de ojos clavados, de sociabilidad suma.

Tomás ha escrito de motos, un mundo que creo aun echa de menos, del Atlético de Madrid y del Real Madrid, y sus piezas con los veteranos eran ya un clásico del periódico. Ha dado bastantes noticias, exclusivas que por no tener el altavoz de una radio no le han sido reconocidas. Le faltó quizás eso, una tertulia, pero sin tenerla llegó a ser una referencia informativa para el buen aficionado madridista, incluso cuando llegaron las webs. Ahora que lo pienso, no creo que Tomás fuera nunca de pandillas, de grupos, de séquitos. Siempre me pareció un gran individualista, un perro verde.

Pedrerol ha convertido genialmente en personajes a los periodistas deportivos. Es un mérito pero realmente eran ‘un poco personajes’. El fútbol que recordamos está unido a ellos, a los periodistas deportivos de los años 80 y 90, a su forma de contarlo, a ese mundo parafutbolístico de asadores, ciudades deportivas y confesiones en los viajes. Los futbolistas aun eran accesibles, después eso cambió (Tomás tiene una teoría sobre el momento exacto) y los veteranos mantuvieron siempre, como un signo de distinción, ese conocimiento real del fútbol y el futbolista. Los nuevos sabrían de internet, pero ese viejo saber se quedaba en ellos, mantenido en su formol castizo; una forma de ser, un conocimiento de la noche, como de haber jugado al mus con Luis aragonés y tener “el culo pelao”.
Tomás, siendo de esa época, de ese mundo, tenía, tiene, una impronta sui generis. Ha viajado mucho, conoce bien Europa, y ha rechazado siempre la bravuconada, el machismo y la ordinariez. Hay algo en él de bon vivant, de joie de vivre, de cosas que sale mejor decir en francés.

Por eso Tomás viste distinto, con distinción y color, porque es distinto, y no solo es un conversador infatigable (infatigable él, ‘fatigables’ los demás), es un hombre de gran memoria, de anécdotas y saberes que se enlazan unos con otros.

Durante unos años viajamos juntos por toda España siguiendo al Madrid. Tomás era siempre el último trabajando en las salas de prensa, le vi cerrar algún estadio (el vigilante ya desesperado) y por tarde que saliéramos la noche siempre era joven. Nunca dijo que no, nada le cansó. Su energía es asombrosa y no entiendo qué va a hacer con ella ahora que no ha de estar proponiendo ‘temas’ diariamente para la sección. En la ciudad deportiva y en las ruedas de prensa del Bernabéu le echarán de menos. Creo que su mítico chaleco debería colgar para siempre en una silla de la redacción, como cuelgan las camisetas de las leyendas en los estadios del baloncesto.
Cuando Tomás habla empieza un monólogo desenfrenado, una novela. Es siempre así. Su conversación es una aventura, una novela borboteante que solo se detenía para pensar la noticia. Pensar la noticia. Dar la noticia. Qué difícil es, qué mérito tienen estos periodistas que hacen del Madrid una noria incesante de palabras. Y digo el Madrid y no el fútbol porque no son exactamente lo mismo.
Abc, el periódico de los clásicos, pierde a uno de los últimos, y el Madrid a alguien que lo contaba de una manera inconfundible. Siempre con elegancia, con respeto y cierta vieja reverencia, con sentido de la distancia con la figura. El yo sometido a la épica futbolera, a los designios siempre escrutados del club.
Yo recordaré cuando en el frío de los estadios invernales me giraba y veía a mi lado un individuo aterido y extravagante, con abrigos varios, bufanda, gorro, mitones, al que solo se le veía la sonrisa inexplicable y unos dedos tecleando a toda velocidad. Disfruta, Tomás.

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