La pornografía -o porno, como cariñosamente solemos referirnos a ello- pone a veces de acuerdo a feministas y conservadores. La política o la sociedad es como un gran vals vienés en el que siempre acaban bailando una pieza hasta los más dispares. Se dice que la pornografía cosifica a la mujer y la degrada. El hombre extrae de allí unas pautas de dominio y unos comportamientos que acaban relacionando la pornografía y los crímenes sexuales.
Es un tema complejo (como todos) y no sé qué dirá la ciencia al respecto, pero recuerdo un par de lecturas en sentido opuesto. Las apunté por eso, porque se atrevían a negar lo que parece un lugar común.
Un estudio era de Ferguson y Hartley en 2009 y aportaba datos contra la opinión general que relaciona favorablemente el consumo de pornografía y los crímenes sexuales en Estados Unidos. Su trabajo lo contradecía. Desde 1988, el consumo de pornografía había aumentado enormemente mientras que el número de violaciones descendía en picado. Los autores se atrevían a hablar de un posible efecto catártico: la pornografía podría contribuir a reducir las agresiones sexuales. En cualquier caso, extraer causalidad de esos datos era mucho extraer.
El otro era de unos psicólogos londinenses: Kohut, Baer y Watts, en el año 2015, y se ocupaba de la actitud hacia la igualdad de géneros en consumidores de porno. No solo no resultaban ser misóginos, ni especialmente favorables a la idea de una mujer relegada o subordinada a un rol tradicional, los investigadores encontraban en sus datos una débil asociación a comportamientos contrarios. Los consumidores de porno tendían a ser, por ejemplo, comparativamente más tolerantes y positivos con la figura de la mujer poderosa y en puestos de importancia, lo cual, por otra parte, no es difícil de suponer a poco que se conozcan las constantes narrativas del género.
Tras este breve contacto con la Ciencia, puedo hablar de mi experiencia. Uno de mis primeros contactos con el porno produjo en mí un efecto duradero. Tendría unos 12 o 13 años como muchísimo, y junto a mis amigos me escapé del colegio para explorar un sex shop cercano. Éramos como los de Stranger Things pero pudimos entrar. No nos pusieron problemas. Había cabinas y los más lanzados (o debería decir, los más salidos) nos metimos en una (cada uno en una). Yo recuerdo el olor (una mezcla imborrable de vestuario, surimi e individualidad) y la atmósfera y que al cambiar los canales (la idea de búsqueda parece asociada a la experiencia exploradora) apareció de repente un caballo siendo homenajeado en un lugar muy concreto por una atractiva mujer. Eso me espantó y salí de allí inmediatamente. Era vomitivo. Más que vomitivo, era inimaginable. Yo estaba impactado. La impresión me duraría un tiempo, quizás unas semanas. Pasado el susto, seguí consumiendo porno con la moderación que imponían las circunstancias. Lo que no me gustaron ya fueron los caballos.
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