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La proeza bergmaniana de Campofrío

La proeza bergmaniana de Campofrío
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Los anuncios tienen la virtud de retratar el espíritu del momento, el zeitgeist, por expresarlo de alguna manera.
El de Campofrío es estupendo para eso. Este año saca a Quique San Francisco haciendo de muerte. De parca, una representación clásica. Empieza en Madrid y acaba en Montserrat, por cierto, nada casual, en la única metafísica admisible, Montserrat (con ojos PSC) como mirador espiritual de Estepaís, con un diálogo final entre San Francisco, ya no Muerte, y la pareja Buenafuente-Abril.

El anuncio está muy bien. Ya se ha visto mil veces, pero me lo cuento a mí mismo (como si fuese una internada de Lucas Vázquez). San Francisco sale de un teatro vestido de Muerte y es ignorado por completo. Es invisible. Nadie le ve, nadie le quiere ver. Le ignoran en el centro de una calle populosa de Madrid. Sólo María Galiana, por entrada en años y por sabia, le mira a los ojos. Lo hace por algo, no por nada, lo hace porque, ya en la vejez, vivió de una determinada manera. “Siempre hice lo que quise” (escribo de memoria).

El anuncio retrata el estado espiritual del país. La Muerte no existe (lo que explica algo de la reciente Ley de Eutanasia: da votos quitar de encima un desasosegante problema metafísico). No solo no existe, es que esto dicta una forma de vivir: hedonismo (cárnico, en este caso: démosle sanamente al choricillo), un hedonismo libérrimo en que el Yo dicta sus leyes y propiedad (María Galiana).

El anuncio es fantástico, en mi opinión, porque retratando esto también nos permite abrir otra puerta. El actor elegido para representar la muerte es Quique San Francisco, un hombre con mucho sentido del humor, admirado, y al menos un poco de derechas. Le cae bien a todo el mundo, cómo no verle. Está rodeado de Echanove, Buenafuente, Abril, Rhodes… El efecto de esto es interesante porque ayuda a entender, sin decirlo, una función de la muerte.

Es un viejo tópico que la muerte hace soportable la vida. La muerte, la idea de morir, hace que nuestra vida sea apasionante, nos incita a vivirla. Esto está en el fondo del anuncio y de la actitud general hacia la cuestión. No está la muerte pero está su idea, lo que empuja a vivir. La muerte hace mejor la vida, hace incluso soportable la Vida, y esto lo refleja también el anuncio, que es solo soportable por Quique San Francisco. El papel de San Francisco es fundamental, igual que la idea de la muerte es fundamental.

Vivir es mejor porque sabemos que nos vamos a morir. Eso da fondo, peso, sentido a nuestra existencia. La vida es vivible porque nos moriremos. Y el anuncio es soportable porque está la muerte (Quique San Francisco). Porque… ¿qué sería sin ella/él?
Sería lo otro: Echanove, Buenafuente y Rhodes… ¿No está claro, no lo están diciendo claro? Sin la Muerte/Quique San Francisco lo que es vivible se hace invivible. Sin la muerte, la invivibilidad de la muerte se traslada a la vida y todo se haría menos soportable o incluso insoportable.

Ahí está el doblez espiritual del anuncio genial de Campofrío. No solo su retrato sociológico de esta España, sino su visión metafísica de largo alcance, su gran enseñanza.

¿Qué es la vida sin la muerte? ¡Es Buenafuente-Rhodes-Echanove! La vida que parece tan bonita, o al menos soportable (con unas lonchas de salchichón), se hace insoportable sin la Muerte, igual que el anuncio se hace intolerable sin Quique San Francisco. Sin la certeza de que nos moriremos, la vida no es más bonita, no, ¡la vida sería terrible! Tan terrible como una conversación Sabadell de Buenafuente-Rhodes desde Montserrat o quizás desde el Tibidabo (con Loquillo haciendo duduá). ¿Acaso no nos tiraríamos Montserrat abajo? ¿No sería el suicidio la solución?

El anuncio es tan sublime que no solo muestra la importancia de la Muerte, es que en su retrato de la esencial insostenibiliad de la Vida sin ella, nos sugiere cuál sería la solución.

Sin la Muerte/Quique San Francisco, es muy posible que acabáramos suicidando. Es casi seguro. Ni siquiera el salchichón nos salvaría. Lo dejaríamos en la mesa, nos despediríamos de Buenafuente y nos tiraríamos al abismo.

De este modo genial, Campofrío ha conseguido que actores y, digamos, humoristas españoles hayan hecho, por fin, una obra casi bergmaniana de profundidad metafísica retratando la horripilancia de la Vida sin la Muerte, la radical invivibilidad de la vida desnuda de muerte.
No hemos de vivir galianamente de espaldas a la Muerte, hemos de entender, por la cuenta que nos trae, que la Muerte es necesaria para no caer en el infierno en Vida que representan (genialmente) el triángulo Buenafuente-Abril-Rhodes.

¿Ha hecho algo así el “Audiovisual” español en los últimos años? ¿Ha sido capaz de una proeza semejante? Han logrado nada menos que resolver una ecuación metafísica despejando una variable incógnita: cómo sería la infinitud.

Campofrío nos ha asomado al borde del abismo metafísico retratando lo que sería radicalmente invivible y la Muerte en Vida, es decir, la Vida sin Muerte. Le ha quitado al fruto de la vida el huesecillo de la muerte. El triángulo actoral Buenafuente-Abril-Rhodes es la Vida “infinitada”, ciega a la muerte, ajena a su sentido y a sus límites. Lo mondo de la vida.
Sin el “morir” (cito siempre aquí a Toñín el Torero que dice “Hala madrid hasta el morir”, haciendo más gozoso su madridismo, su Halamadrid), sin ese “el morir” la Vida no se hace más vivible, se hace menos. Este anuncio genial, con su sabia elección del reparto, nos lo ha hecho entender captando la esencial invivibilidad de la Vida sin cementerios.

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