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La ley de Solón

La ley de Solón
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En España la neutralidad tiene un gran prestigio. Es ya una caricatura ser o pretender ser un Chaves Nogales, un integrante de la Tercera España, al margen y por encima de los bandos de nuestro prolongado guerracivilismo.
Las bellas, digamos, “almas liberales” estimuladas por décadas de consenso franquista y postfranquista consideran de mal gusto que se tenga y mantenga una opinión firme y conflictiva. Se cae entonces en la “polarización” o en la “crispación”.
Polarización es disenso (anticonsenso) mantenido en el tiempo.
Crispación es el indeseado ruido que produce la deliberación del que disiente.
Contra la afectación, a menudo elitista, del “tercerismo” o ser “terceraespaña” podemos enfrentar nada menos que a Solón, poeta y legislador ateniense al que, entre otras, se le atribuye una muy particular ley contra la neutralidad.
La ley de Solón aparece en Plutarco y Aristóteles.

Plutarco:

“De todas sus otras leyes (de Solón), es especialmente paradójica y peculiar, la que ordena convertir en “átimo” (la infamia y la degradación ciudadana) a la persona que, en caso de disensión, no tome partido por ninguno de los dos lados. El propósito es, al parecer, evitar la apatía y la indiferencia en la comunidad, colocando a salvo los intereses personales y vanagloriándose de no participar en las desgracias y males de la patria. Por el contrario, deberían juntarse, desde luego, a los que evidenciaron un comportamiento mejor y más justo, corriendo los mismos peligros y prestando auxilio, en lugar de esperar, a salvo y tranquilamente, las disposiciones de los vencedores”.

Aristóteles:

“Viendo que la ciudad muchas veces tenía discordias civiles y que algunos ciudadanos por indiferencia se contentaban con el mero azar, promulgó una ley especial contra éstos: el que, estando dividida la ciudad, no tome las armas ni con unos ni con otros, quede condenado a la atimía y deje de tener parte en la ciudad”.

Esta ley, que algunos consideran anterior a Solón, castiga un comportamiento concreto: la neutralidad, el “no coger las armas”, metáfora de Aristóteles para la “toma de posición”. No tomar partido, falta de colaboración activa que se da en un contexto concreto: el conflicto civil, la disensión, o “stasis”, es decir, la guerra civil. La división interna. No una amenaza exterior, sino el contexto de stasis, de discordia en la ciudad, sedición traduce algún autor.

El castigo es la atimía, la pérdida de la condición de ciudadano, una degradación cívica, la exclusión de la comunidad política y la pérdida de los derechos de ciudadanía.
Propio del ciudadano era, pues, participar, tomar partido, acompañar a los demás en el “riesgo” (skin in the game ateniense).
El que se escaqueaba en la contienda civil no era más ciudadano, más cívico, sino menos, y quedaba privado de tal condición (“átimo”). Su neutralidad se consideraba un crimen contra la seguridad de la comunidad. Algo parecido a la traición.

La neutralidad en tiempos de discordia aparece vinculada a la propia seguridad, al egoísmo o la apatía, no refiere Plutarco como motivos de tal inacción la superior inteligencia, la altura moral o el embeleso del alma buena y superior (liberalia). Al contrario, no participar dañaba la cohesión y solidaridad de la comunidad haciendo más fácil que unos pocos, bien organizados, se hicieran con el gobierno de todos.
Crispador Solón, a pesar de su fama de gran mediador, con su dichosa ley.

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