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La cadena Fox News decidió publicar íntegro el vídeo de la ejecución del piloto jordano. Esto ha causado cierta polémica, aunque puede que sobrestimemos el poder la televisión. No sólo leemos distinto, lo que fue la tele se está transformando en un montón de vídeos y enlaces que nos llegan al móvil.

Trata de evitarse la viralidad de las imágenes, ese atributo occidental, pero la noticia estuvo en todas las portadas. El vídeo, desde luego, provoca una fuerte impresión. No digamos ya si eres alguien que no puede ver cómo le retuercen el cuello a una liebre. Teníamos un umbral muy bajo, hay que reconocerlo. Creo que soy más sensible que con diez años. Si cabe.

Pero el vídeo es necesario para registrar cierta reacción. La impresión añade algo a lo que suponemos. Obviamente, provocará también emulación y miedo.
Es más. Por un nanosegundo yo también sentí miedo y pensé en las palabras del erudito suní Ibn Taymiyya sobre la justificación de la mutilación pública. Nada me pasará si me someto. Fue menos que un parpadeo, una sístole, un tiempo casi no orgánico, pero pensé “Me someto, ¡vaya que si me someto!”.
Tras esa debilidad se me fue grabando la impresión. Era algo nuevo, así que grabar me parece un verbo adecuado. La demorada delectación en la muerte es de un sadismo horripilante. Aquí existe el pudor contrario: puede representarse todo, pero la muerte es íntima.
Los nasheeds, los cánticos a capella que el EI ha incorporado como himnos, producen terror. Si me lo canta una vecina en el rellano me da un infarto. Una espeluznante salmodia amenazante, una música de marcha iluminada.

Los parpadeos, esos scratches propios del lenguaje cinematográfico moderno (muy de cine o series como Hannibal, flashbacks de psicópata), hacen reflexionar sobre la paradójica relación de esta gente con la tecnología y con occidente. ¿Producir un efecto determinado o acreditar que se domina la narrativa? La dependencia tecnológica nos habla de algo que supera el anacronismo. ¿Viaje de vuelta? Lo original, primitivo, sería sufrir por esa paradoja. Esto parece sugerir que es un regreso tras ese conocimiento, una huida.

(Especialmente irritante es la paradiña antes del fuego, esa ruptura. Esto es más que una ejecución, es un recurso estético del que surge no sólo la ofensa. De ahí sale una percha para la destrucción irónica de la imagen. La escenografía y el coqueteo del realizador deben ser tratados culturalmente, no sólo políticamente, debe ser interiorizados y destruidos con nuestras infinitas capacidades audiovisuales. El abyecto primer plano del final, el abyecto primer plano va más allá de todo… ¿y los escombros, la aplastante banalidad tras una imagen de vencimiento, consunción, sacrificio y justicia divina con proposición espeluznante de purificación? Estas cosas hay que tratarlas. Detrás hay un lenguaje, hasta un rastro de referencias cinematográficas, una repulsiva representación, que no podemos dejar sin comentario).

En los vídeos de otras decapitaciones en la zona se percibe la dificultad de matarife, la medieval torpeza, pero aquí la muerte se estiliza y ritualiza. Con ella quieren mandar un mensaje. ¿Es razonable no darse por enterado?

Si si se indaga en internet el primer efecto pasa. Aparece el ululante aburrimiento que hay detrás, la estupidez del salvaje, cosas como unos occidentales cantando salmos en alemán, las dudas logísticas y el comienzo de pautas y costumbres audiovisuales. Detrás del terror aparece el aburrimiento, ese maravilloso universal humano que borra el primer efecto. Pasado ese umbral, las imágenes despiertan dos anhelos: la fuerza militar (una banderita de la OTAN en cada mano de cheerleader) que lo acabe transformando todo en buen cine americano y el surgimiento, ojalá pronto, de la imparable ironía occidental.

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