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Greta y los Garbo

Greta y los Garbo
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La imagen corresponde con el momento justo en el que el líder del mundo libre, con la desenvoltura que da la libertad, cruza por delante de Greta en la ONU. Un instante antes, ella lo mira con una mirada temible. Donald Trump, que está llevando una agenda autónoma con el asunto del Clima, es, a sus ojos, alguien que va a destruir el planeta. El planeta y sus especies: a los cervatillos, a las vaquitas, a los perritos, los árboles, las petunias y además de todo eso a las personas. Por culpa de Trump, según ella, moriremos todos. Es como un meteorito en un apocalipsis que ella conoce con exactitud. Como en las religiones, el profeta está en el secreto del fin del mundo y nos avisa.
Es normal que mire a Trump con odio puro (bueno, como le mira casi todo el mundo, gretos derechosos incluidos). Porque en Greta Thunberg todo es puro y esa es la clave del asunto. Nos estamos acostumbrando a ver a niños como actores políticos, como voces autorizadas. Ella habló a los líderes del mundo de tú a tú. No, mejor, desde un lugar distinto y superior.
No es solo eso que se llama “pedofrastia”, el uso del niño como fuerza conmovedora para vender lo que sea (que pudiera ser).
En el fondo del asunto de Greta y sus niños del clima está otra cosa.
En la culminación del pensamiento rousseauniano del buen salvaje. El hombre es bueno, es puro, lo sería si pudiera desprenderse de la racionalidad y el cálculo y el egoísmo. Todo lo que representan los adultos, la economía, los intereses. El niño está antes que eso y por encima. De alguna forma, esa mirada está presente en la forma en que se habla también de los inmigrantes africanos: seres con las mejores intenciones en los que proyectar bondad, seres en cierta medida aún no corrompidos.
Greta es la culminación de esa tradición progresista, el extremo. Ya no hay salvajes, serán los niños: nos hablará la pureza en sí misma. Lo humano, lo cándido. Por eso ha habido que escoger un niño y dotarlo de persuasión científica. Politizar a un niño. Detrás de ella, en ella misma, en sus palabras hay una mezcla de desinterés, bondad e iluminación científica. Algo que viene como del futuro y del edén, del antes y del después. Una niña profética, un poco fuera de la historia, ¡una niña con la ciencia infusa! Y aunque tiene la ciencia incorporada, Greta, niña rousseauniana, aporta el sentimiento para liberarnos de los cálculos racionales, de los burdos intereses que nos mantienen ciegos. “Ha de dejar de hablar el capitalismo”. El sentimiento puro que con su emotividad (un poco acongojante) nos abre los ojos. Ella llora, tuerce el gesto, da puñetacitos. ¡Porque es buena por naturaleza!
En la devolución de la humanidad a su estado de pureza en taparrabos, a su bondad de origen, proyecto que pasa inevitablemente por salvar el mundo ¿qué mejor portavoz que un niño? Esto lo anticipó José Luis Perales con su himno “Que canten los niños”:

Que canten los niños, que alcen la voz
Que hagan al mundo escuchar
Que unan sus voces y lleguen al sol
En ellos está la verdad
… ¡Yo canto para que el cielo sea azul! (Esta sería Greta)

(Para justificar el título, homenaje a aquel grupo -¡nuestras Corrs!- diré que los Garbo son los que están detrás de la niña, moviéndola como José Luis Moreno movía a Monchito)

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