Era el año 1944 y Tolkien estaba en su pub habitual de Oxford, el Eagle and Child. Observaba la charla que C. S. Lewis mantenía con otro escritor. Junto a algún otro amigo formaban el grupo literario conocido como los Inklings.
Tolkien reparó en la presencia de un “extraño alto y demacrado, vestido de medio civil y medio de uniforme militar, con un sombrero de ala ancha y copa baja, ojos brillantes y nariz aguileña, sentado en el rincón”. Esa persona le recordó de inmediato a un personaje de la obra que andaba escribiendo por entonces. El personaje era Trancos (Aragorn), el extraño misterioso que se encuentra con los Hobbits en la posada. LO identificó de inmediato y así lo contó en una carta a sus hijos.
Esa persona se llamaba Roy Campbell, era poeta, y había acudido al pub a encontrarse con los Inklings, de los que se haría amigo.
A Tolkien, Roy Campbell le hizo pensar en Aragorn y es posible aventurar que después Aragorn le hiciera pensar en Roy Campbell.
Ahora que Viggo Mortensen aparece como gran autoridad en el personaje, y no pudiéndole ya preguntar al autor, quizás convendría reparar en quién fue Roy Campbell.
Campbell había vuelto a Oxford tras estar en el ejército. Se había alistado con los ingleses en la Segunda Guerra Mundial. No era inglés, sino sudafricano, y tampoco era su primera guerra. Unos años antes había estado en España, del lado del bando nacional.
Algunas cosas le unían con España ya antes del 36. Campbell había dejado Sudáfrica, país que le producía un enorme malestar moral por la situación del hombre negro, y recalado con su familia en Francia, en la Provenza. Allí se aficionó a los toros e incluso llegó a torear. Además era un hombre espiritual, contagiado en parte por su mujer Mary, de propensiones místicas y gran lectora de Santa Teresa.
Santa Teresa y San Juan de la Cruz era lo que Campbell oponía a Freud, moda intelectual en la que estaba sumida la inteligencia europea. Entre ellos, la élite inglesa, el Círculo de Bloomsbury, a los que se opuso y con los que se enemistó.
En Campbell asomaba un catolicismo intelectual aun antes de estar en España. “El protestantismo es una forma cobarde de ateísmo (…) Leer unas pocas páginas de Santa Teresa y regresar después a este impío ataque hace que uno lamente el naufragio de la Armada y la pérdida de la Inquisición”.
Tenia dos niñas y poco dinero. Acosado por las deudas, el remate de su vida francesa fue que la cabra de una de sus hijas se comiera los melocotoneros de un vecino. Incapaz de hacer frente a la indemnización, marchó a España, a Barcelona.
La ciudad fascinó absolutamente al poeta y a su familia. En especial, vivir rodeados de iglesias. Esto contribuía a un ensueño sobre la vida popular del país, tan lejana a lo protestante y a lo industrial. Vivían en el Barrio Chino, era el comienzo de los años 30 y a las estrecheces se acompañaban las manifestaciones del mundo revolucionario. Pero lo que les hizo dejar Barcelona fue la nostalgia del campo. Fueron a Valencia y de Valencia a Altea, y allí se quedaron. Además de lo que le llegaba de Sudáfrica, allí se dedicó a su granja, al campo. De eso vivían. En Altea, él y su mujer Mary se convirtieron al catolicismo, y junto a ellos sus niñas. Contrajeron también matrimonio católico, asumiendo desde entonces el poeta, según sus propias palabras, una monogamia absoluta.
De Altea pasaron a Toledo, ciudad que ya definitivamente cautivó a Campbell. Su biógrafo Joseph Pearce, recogiendo el testimonio de una de sus hijas, utiliza la expresión “embriaguez mental y física”. Toledo tenía una atmósfera entre religiosa y marcial que cautivó la imaginación medieval, premoderna, del poeta.
Allí profundizaron su españolización y su fe. Su mujer Mary se hizo terciaria carmelita.
Los Campbell habían llegado a Toledo a fines de junio de 1935, y poco después empezó a manifestarse en la ciudad la tensión que ya se vivía en Madrid y Barcelona.
Su mujer iba a rezar diariamente y fue amenazada. Un lugareño se pasó el dedo por el cuello: es lo que te haremos cuando llegue la Revolución. En marzo de 1936 ya hubo en Toledo violentos disturbios, se incendiaron iglesias y se atacó a sacerdotes y monjas. Los Campbell dieron refugio a monjes carmelitas de los que se habían hecho amigos y esto, al saberse después, hizo que el poeta recibiera amenazas de muerte y que fuera agredido y llevado a comisaría por guardias de asalto.
La situación empeoró. En esos días tomaron la confirmación en una ceremonia secreta, como en las catacumbas.
La Guerra estalló al poco. Roy Campbell vio cómo los 17 monjes del monasterio carmelita fueron rodeados y fusilados en la calle. Sus cuerpos se dejaron a la intemperie y fue él quien rescató sus archivos, entre los cuales figuraban los manuscritos de San Juan de la Cruz.
Para salvar esos documentos, los Campbell arriesgaron su vida. Cuando recibieron la visita de los milicianos habían retirado de su casa todos los signos de su religión, pero conservaron esos papeles en un baúl sobre el que un miliciano llegó a apoyar un fusil.
Roy mandó a su familia fuera, pero no tardaron en volver. Su posición favorable al bando nacional era extremadamente minoritaria en Inglaterra. En 1937, la Left Review publicó una encuesta sobre la posición de los intelectuales británicos ante el conflicto español. Hubo 5 “nacionales” (Evelyn Waugh y Campbell entre ellos), 16 neutrales como Eliot (en lo que fue considerado más temor que convencimiento) y 127 “republicanos”.
En Campbell había una posición cultural más que política, pero sobre todo religiosa. Era católico y había conocido la situación de los católicos en España.
Años después (lo recoge su biógrafo Pearce), escribió con dolor que su posición en España no era fascista sino el reflejo de su “línea proeuropea, antisoviética”.
“Cualquiera que no fuese pro-rojo en la Guerra Civil española se convertía automáticamente en un “fascista”… No importaba que uno luchara de igual modo contra el fascismo como lo había hecho antes contra el bolchevismo…”.
Su preocupación por España y por sus conocidos en Toledo no desapareció. Tras dejar a su familia en Portugal, saltó a España huyendo del clima intelectual inglés, que para él era irrespirable (según algún historiador llegó a ser odiado). Fue a Salamanca con la intención de luchar como requeté, y el jefe del servicio de prensa nacional, Merry del Val, le dijo que la causa necesitaba “plumas, no espadas”. Así que se dedicó a escribir en un tono propagandista. De ahí sale su largo poema “Flowering Rifle”, más combativo que poético, una obra que le terminó de procurar la enemistad del mundo cultural inglés.
Acabada la Guerra Civil española, Campbell mostraría gran empeño en alistarse y luchar por su país, pasando de converso católico españolizado a luchador en el ejército del imperio británico, de sospechoso de fascismo a luchador antifascista.
Romántico y católico, bebedor con Dylan Thomas y traductor de San Juan de la Cruz, mitad escritor y mitad militar. Así lo conoció Tolkien después en aquella tertulia. Y pensó en Aragorn.
El amor de Campbell por España perduró. “Es un país al que debo todo por haber salvado mi alma”, escribió.