Observo que cuanto más cercano esta alguien del nacionalismo o de ese territorio neblinoso de la izquierda federalista más tiende a considerar la situación actual de ETA como una derrota absoluta. “Pero mírala, si da pena verla”. Y no diré que no. Pero en ellos se observa seguidamente algo contradictorio, porque no dibujan un panorama en el que claramente se perciba la derrota:
1) Se afirma que no ha conseguido su objetivo independentista. Pero tampoco ha dejado de conseguirlo. España está más cerca de ello que hace veinte años. Además, sus posiciones políticas podrían acceder al poder político.
2) No ha conseguido su ideal de extrema izquierda. Cierto es, pero aquí tiene a uno a considerar ese ideal como una política de máximos. Nadie, desde los setenta, ha conseguido realmente lo que pretendía.
3) Quienes se apresuran a certificar la derrota, locos por arrojarle la toalla como quien quiere librar al púgil del último sopapo, dibujan un escenario posterior de pluralidad. Pero esa pluralidad no es la pluralidad constitucionalista, a la que no suelen apelar. Es una pluralidad en la que se ha metido ETA, a la que claramente se le pide hueco. Una pluralidad distinta, bipolar, ensanchada y plurinacional.
4) No es anormal que estas personas reclamen negociación final para cerrar el proceso. Saldo. Liquidación de existencias. Pero todo a través de algún enjuague carcelario o penal que además olvida o pasa por alto los muchos delitos todavía por aclarar.
5) Seguidamente, no dibujan un escenario acostumbrado para el derrotado. Es decir, la derrota venía siendo la pérdida del derecho a dibujar la batalla. El derrotado es el que pone el careto mientras el vencedor saca el caballete en medio del campo de batalla y pinta el cuadro. Pero en el caso del País Vasco se configura a la vez un Proceso (otro) de Paz y Convivencia en el que, para empezar, se quiere establecer una condición de víctima sin polos morales, atonal, pedagógica y politizada. El objetivo es la “víctima-educadora”, que provendría de víctimas de ETA, GAL, Policía, Extrema Derecha (¡falta una víctima del chachachá!) y que iría por los colegios como agente pedagógico ¡previa formación! De la condición de víctima se va a hacer una pasta política, un engrudo impersonal, oficilista, dirigido a una cierta explicación. Por cierto, dibujado desde estamentos autonómicos. No sirve de nada defender la radicación nacional del problema, si los instrumentos se dejan en manos de agentes autonómicos.
Este dibujo político del después (“después qué importa ya el después”, como en el tango), la posible obtención de liquidaciones penales, la situación abierta de un proceso político de independencia y esa paz desdibujada, amnésica y pedagógica no se parecen enteramente a una situación de derrota. Es decir, que por algún motivo (o por varios) los que lo llaman derrota no reclaman luego un inmediato estatuto de derrotada. Convendría usar aquí la vieja fórmula del narrador deportivo: ¿Derrota con o sin paliativos?
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