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Cristiano Ronaldo

Cristiano Ronaldo
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No suelo hacer muchas fotos en los estadios, pero aquel día no me pude resistir. Le entregaban el último Balón de Oro a Cristiano y supongo que entre el Madrid y él decidieron esa puesta en escena. No el último, no, que los saquen todos. La acumulación. Muy madridista, desde luego. Ese mostrador o expositor, lo que fuera, con los cinco trofeos era algo extraño. Desde la tribuna todo se veía muy pequeño, pero brillaban mucho y a él se le notaba una concentración de coleccionista. Parecía estar alineándolos maniáticamente, como en algunos momentos hacemos con las cosas. Los compañeros aplaudían desde una respetuosa distancia. La naturaleza de ese futbolista me pareció que se revelaba un poco. A unos cientos de metros brillaban rasgos psíquicos.
Ayer me tocó escribir sobre lo que suponía la venta de Cristiano para el Madrid y la Juventus. Al terminarlo me quedé pensando en si significaba algo para mí. Recordé lo que estaba haciendo y dónde cuando su gol de cabeza en la final de Copa, y la boda en la que estaba cuando marcó el gol liguero en el Nou Camp. Poco de su presentación. Me pilló ya un poco mayor, menos aficionado, aunque recuerdo algo de esa tarde. Con quién hablaba y quizás alguna de las ilusiones que tenía o que yo ahora pienso que tenía.

Me di cuenta ayer de que Cristiano para mí era tiempo. No quiero llorar como Edu Aguirre, pero era tiempo.

Siempre he sentido un gran respeto por ese futbolista. Cuando escribo la ficha del partido en el periódico siempre escribo “C. Ronaldo”. Lo suyo sería Cristiano, pero creo que debo ser fiel al nombre completo y a cómo se llamaba cuando llegó. Era eso: Cristiano Ronaldo. Sonoro y espectacular, lleno de fantasía y grandiosidad. Un gran nombre artístico.
Recuerdo las cosas que decían de él cuando estaba en el Manchester y sonaba para el Madrid… Las mismas o parecidas que dicen ahora para Neymar. Qué pesada es la gente y qué aburrida. La gente solo quiere Pirris.

Esos primeros años de Cristiano estaba aburrido del fútbol y lo veía con desinterés. Me decepcionó un poco lo que iba a ser ese equipo con Kaká, Benzema, Cristiano y Alonso. Estuvo Pellegrini, jugaban mal. Siempre me ha parecido que el Madrid jugaba peor de lo que podía jugar.
Me sorprendían de una manera infantil los golazos de Cristiano desde muy lejos. Metió uno asombroso en el Calderón. Ese Cristiano hacia bicicletas como de charlestón y chutaba de una forma distinta. Con algo mejor que la mala leche.
Pero era inimitable y me gustan los futbolistas que te dan ganas de jugar e imitar. Me gusta más el último Cristiano, el delantero puro.
La sensación que recuerdo de cuando jugaba en el Manchester era de mucha velocidad. De hecho, si se ven sus goles, los ciento y pico que marcó allí, parecen siempre la misma jugada, la misma velocidad, como una misma contra o como si jugase cuesta abajo. Un extremo yendo a portería como un torrente. Puede que entonces decidiera subirse a la velocidad de ese fútbol todavía inglés, que le viniera bien.
En el Sporting-United en el que le ficha Ferguson se ve. El jugador está a otro ritmo, en otro plano. Hay 21 personas jugando a un deporte y un chico resolviendo su vida. Sobre un partido normal llega él con una determinación nueva. La personalidad que se le ve a esa edad asusta.

Recuerdo una vez en Niza, en la Eurocopa de Francia. Tenía que ir al estadio y la ciudad estaba cortada y paralizada. No había taxis, no había transporte. En el hotel me ofrecieron un servicio de chófer que no sería demasiado caro y que podría ayudarme. Al rato apareció un joven muy bien vestido y muy guapo. Tenía rasgos árabes y con el traje de chófer parecía un gigoló. Era muy joven, resuelto, pretendidamente elegante, un poco buscavidas. Con la ciudad colapsada, el trayecto se hizo largo. Nos pusimos a conversar. Me habló de racismo, de mujeres (era mujeriego), de coches, de su trabajo. Tenía aspiraciones, tenía también encanto. Cuando supo que yo era un español que iba a escribir sobre el partido me habló de Cristiano. No era la suya, desde luego, una admiración futbolística. Era un joven que quería hacer algo con su vida, que quería dominarla, poseerla. En el trayecto se dio un golpe con alguien y en la jungla de ese tráfico encrespado entendí mejor la necesidad de agresividad. En él había una ambición nueva y una idea antigua de respeto, de respeto por los demás y sobre todo por uno mismo.
Esto me lo he encontrado alguna vez más. Los aficionados de Cristiano por el mundo contrastan con la antipática acogida que tuvo aquí. He podido visitar todos los campos de España y en casi todos ha sido decepcionante. La ovación del público de Turín fue una forma de conquista. Cuando volvió a Inglaterra también se notó el respeto. Creo que Cristiano ha dicho algo sobre nosotros todo este tiempo, sobre nuestra pequeñez mental.

Cristiano ha sido sincero y competitivo. No contaba basura, no traficaba con su pena. Podía haber tocado esa tecla y jamás lo hizo. No lo digo con admiración, lo digo con respeto. Ha sido un hombre extraño desde todos los puntos de vista. Un hombre extraño para un español de ahora. Un hombre singular, extravagante, ambicioso y narcisista hasta un estadio nuevo, creo que fértil, inspirador.

No quiero llorar como Edu Aguirre, pero la marcha de Cristiano es tiempo. No hablo de fútbol. En mi caso, lo que va de los 30 a los 40. Una década de trabajo absurdo. Algunas de las personas que estaban cuando marcaba sus goles ya no están. Muchos goles los vi solo. Los vi trabajando. Atento al minuto, atento al párrafo. Siempre cambiaba el partido o lo precipitaba de goles. Muchas veces eran goles en medio de un partido vacío. Goles a los que había que dar un sentido. En cierto modo, fueron un engorro profesional. Pero estuvieron ahí, constantes, como su perfil de estatua en proceso.

La regularidad de sus goles hace posible huir de la impresión de que fue un simple futbolista. No quiero tocar la mandolina, odio eso, pero Cristiano ha sido tan constante como para ser tiempo. De sus 450 goles (la historia de concederle ese último 451 da para un bonito artículo), ¿cuántos recuerdo? ¿cuántos se han perdido?
Están grabados, se pueden ver. ¿Pero volvería a verlos solo? Encapsulados en youtube para mí guardan el pasado. Podría quedarme aquí, contemplándolos, tratando de reconstruir todo lo demás. Hubo tantos goles, tan seguidos, que podría intentar rehacer una impresión suficiente de mi vida. Son 450 instantes como fotografías mentales pero no sé si son puntos de fuga por los que se me fue el tiempo, o si pueden conservar algo todavía. He de confesar que esos 450 goles me asustan como un álbum de fotos. Pero he de agradecerle que al menos los conserve.
Creo que de los 20 a los 30 vi mucho a Raúl. De los 30 a los 40 ha sido Ronaldo. Y no sé los demás, pero no sé si me apetece otro en los próximos diez.

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