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Darth Vader que estás en los cielos

Darth Vader que estás en los cielos
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La última película de la saga Star Wars, “Los últimos Jedi”, resulta difícil de ver y es mala con ganas, pero tiene detalles curiosos. Uno sobre todo.
Hay una escena, hacia el final, en la que se suben al Halcón Milenario (ahora “Millennial” falcon) los supervivientes de la resistencia. Lo que queda de ella. Es un plano rápido aparece una serie heterogénea de individuos. Hombres, mujeres, animales y robots de todo tipo. Ninguno se repite. Es un anuncio de Benetton formado por un comité de campaña de Bernie Sanders y un episodio de Futurama, allí todos colocados: un ser con trompa rosa, un robot alto y dorado, una mujer blanca, un indio, una asiática, un afroamericano, un robot bajito, un almirante cuadrúpedo, una anciana, un pelirrojo, Chewbacca… El Halcón Milenario convertido en una especie de Arca de Noé de la diversidad.
Pero ya no diversidad humana, sino transhumana. Seres no exactamente humanos y robots. En la anterior de la saga se le decía al robot BB-8 que tenía “amo”. Ahora el robot pasa a ser amigo.
La República está dirigida por mujeres que se parecen a Hillary Clinton. Carrie Fisher y luego Laura Dern, una especie de Carmen Alborch interestelar. El piloto ejerce de machirulo impulsivo y es tonto sin interrupción. Rose, la chica de rasgos orientales que acompaña a Finn, es una auténtica Social Justice Warrior. Es como el niño de indiana Jones pero en activista. ¡Insoportable!

Por lo demás, la película es infantil, pero como son las cosas infantiles ahora. Acolchadita. Pasar de Darth Vader a cualquier cosa que interprete Adam Driver se hace imposible. Adam Driver es la masculinidad instintiva para Lena Dunham.
Decía Tony Soprano que ya no había un Gary Cooper, uno que no se quejara; y que no hay John Waynes lo sabíamos, pero es que tampoco hay lugar para un Darth Vader.
La maldad se convierte en una cosa ridícula, de Mel Brooks o Austin Powers.
Por supuesto yo iba a identificarme con el Lado Oculto de la Fuerza, pero ya no existe tal cosa. Darth Vader ahora es un veinteañero llorica.
La maldad es ridícula, paródica, imbécil, ¿cómo van a asustar a los niños con estos malos? Y los buenos son un chiste involuntario: son unos buenos profesionales, organizados bajo el nombre de la “resistencia”. Parece que gestionan un proyecto subvencionado. A la resistencia la han convertido en una fiesta de la autojustificación. ¿De qué presumen, si no hacen más que perder? Van de planeta en planeta en el Halcón ese como si fuera la furgoneta de Scooby Doo. Son una resistencia inane, encantada de conocerse, sin logro alguno. Estás deseando que los fulminen con un rayo láser de una vez por todas.
En este capítulo se vio claro que su único objetivo es la diversidad, no tienen otro. La “resistencia” funciona por cuotas.

También me asombró especialmente que en el clímax absoluto, después de dos horas de fanfarria de John Williams, cuando Rey hace por fin su milagro jedi, lo que suene sea una música religiosa. ¡Ah, amigos! Para ilustrar la máxima espiritualidad, la máxima maravilla, el milagro… dos segundillos de música religiosa.

Sentí que no perdía el tiempo, que estaba perdiendo la vida.

Esta película sin pies ni cabeza me recordó el final de “Juego de Tronos”. La fantasía sin orden, sin la más mínima verosimilitud. En algunos momentos se roza el crossover y parece que por allí va a aparecer John Snow de un momento a otro con su única expresión conocida.
Se hace muy difícil disfrutar de algo así. Es un videojuego pero además a cascoporro.

Lo de Luke Skywalker es especialmente sangrante. Lo retiran a una isla y todo su magisterio consiste en una puesta de sol. ¡Lounge Skywalker! Su hazaña es sentarse como en Ibiza a poner un mojón jedi espiritual.
El aspecto de Hamill es turbio y escasamente ascético. Uno sospecha que mantiene relaciones sexuales con las cuidadoras, esas extrañas criaturas de la isla.

Lo de Carrie Fisher es ignominioso. Parece una actriz española. Está entre Concha Cuetos y Karmele Marchante y en un momento dado llega a volar con el poder de su mente.

Cuando Hamill, Harrison Ford y Fisher aparecen eso no es Star Wars, es La Loca Historia de las Galaxias. Ellos son una parodia y el resto, unos niños jugando al Jedi rodeados de Social Justice Warriors que pierden toda las batallas.
El Jedi deja de ser una orden y se democratiza. Está al alcance de cualquiera, como el wifi.

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