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CUPONEO

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Por la red circulaba esta tarde un número de teléfono que supuestamente correspondía al del Presidente del Gobierno. Los tuiteros le llamaban como si fuera Paula Vázquez. “Queremos saber”. Queremos saber la verdad. Esto recuerda al célebre Queremos saber del 11M, pero también suena muy Ana Pastor. Esa mezcla nueva de elegante celo democrático  anglosajón con las exigencias de perentoriedad democrática de la izquierda hispana. Yo no sé dónde figura escrito el derecho de nadie a conocer la verdad y me parece una motivación ingenua, pero es que si nos fijamos bien, sólo en las largas epístolas de Pedro Jota Ramírez y en su periódico encontramos todavía las grandes mayúsculas y ese cargante heroísmo cívico que mezcla deliciosamente a Fitzgerald, Séneca y Luis Mariano. Extendido sobre casi todo el velo del cinismo y la sospecha, quedan los periodistas como último reducto de la integridad. La Verdad, dicen. La verdad, para empezar, no cabe en el móvil, como tantas veces le tengo dicho a mi novia, y desde luego no cabe en el relato periodístico tradicional.

 

Si lo de Bárcenas y Rajoy era teoría de juegos, lo de Bárcenas junto a El Mundo (¡sinergia de grupo!) tiene algo de mus homeopático y lo resume el careto de Inda de anoche en La Sexta. Ese regodeo satisfecho en la corbata fosforescente (a juego con los pantalones que el arquitecto Joaquín Torres lucia el otro día en Sálvame) junto a expresiones de satisfacción inmoderada. Es la cara de tengo-un-as-en-la-manga y te lo voy a estampar en la cocorota. Se le notan las cartas de un modo maravilloso. Me lo imagino en Las Vegas administrando un as con su sonrisa goyesca de oreja a oreja.

Yo le concedo al gobierno, a este gobierno y al futuro gobierno de concentración de Vicente del Bosque, que sea el que administre los tiempos, que no parezca que el gobierno se descompone al ritmo en que se cuponea una vajilla de Orbyt.

No puede Rajoy comparecer al son del killing me softly que le vaya marcando Bárcenas (ese salir en falso me recordaría a Acebes y a cierto portero).

Cualquier objeción en este asunto le convierte a uno en un marhuendo, pero habrá que pararse a pensar que tras décadas de democracia y siendo la corrupción, como dice el cerúleo Llamazares, una cosa “sistémica” (sólo podemos sospechar de lo que no tiene corrupción), no puede España pendular por escandaleras.  O de otro modo: no pueden una contabilidad B con gusanillo, una larga cambiada por SMS, o Peter Lorre que apareciese mostrando en las redacciones nocturnos asientos contables con más iniciales que los diarios de Trapiello (he visto así durante algún tiempo esos papeles: como una correspondencia contable de su chismografía de X. y M.), desestabilizar un gobierno que por otra parte ya se desestabiliza solo. Y no es que la verdad sean los jueces, es que conocer la verdad es una extravagante aspiración que, como poco, también querrá gestionar el Presidente. Concedámosle al menos esa prerrogativa.

Esto es el puritanismo político protestante. Lo radicalmente democrático no sería comparecer, sería dimitir. En grupo. Convocar elecciones y después suicidarse… ¡en el chalet de Ana Mato!

 

Pero yo creo que el español, con lo que lleva vivido en estos últimos treinta años y con lo anterior, es perfectamente capaz de convivir con un gobierno en esta tesitura mientras se instruye el sumario (España ya es otra instrucción distinta, expedientaria y procesal) y va afilando el sentido del voto, preparando la manera en que clavará la papeleta en la urna como un Espartaco el estoque. Es demasiado cínico el español para no soportarlo.

Algunos individuos somos lamentablemente institucionales, sin embargo. Los tres poderes del Estado están formalizados, reglados, la prensa no. Sistemas tiene la oposición en el Parlamento para hacer efectiva su ruptura de relaciones (esa retirada del saludo parlamentario, ese bajar la cabeza en el ascensor), y maneras tiene la Justicia (mayúsculas, mayúsculas, que es lo que les j…) para desmontar una trama ilegal de financiación e imponer las condenas pertinentes. Ya demostró Mourinho que las ruedas de prensa son un lujo que no nos merecemos. (Suena todo muy marhuenda, lo sé, lo sé, pero también hay algo irreductible, desmelenado y cierto en su contestación).

Bárcenas, al que hemos estado viendo durante meses intentando coger un taxi, por fin se ha montado en uno y le ha pedido al taxista, que es como un Willy Montesinos con tirantes, que a todo trapo y en contra dirección. Culpable, aunque no único, claro, de haber llevado la política española al vergonzoso mundo del SMS (Pipi Estrada, el móvil de los capitanes del Madrid, Eladio Paramés…), ahora recibe perfiles amables, pero no puede marcarle el paso al Presidente, aunque el Presidente no tuviera ese talento genial de contestarle con el emoticono de las cejas altas y la sonrisa, que dice y no dice.

El gobierno debería caer en las urnas (estrepitosamente y en silencio, por qué no, como se desploman los hoteles antiguos en la tele) y Rajoy comparecer en el Parlamento cuando Inda ya no pueda sonreír más en los debates y se hayan depurado hasta los whatsapps. Tomar la guitarra y gritar:

-Jo vinc d’un silenci.

 

Lo demás sería puritanismo bananero, que es en lo que estamos. Y entrar en un desasosegante ritmo de rotativas y sonar de naipes.

 

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