Gema Lendoiro el 09 nov, 2014 Es un hecho evidente, al menos para mÃ, que la maternidad ha supuesto poner mi mundo patas arriba. Ser madre me ha hecho repasar muchas cosas que creÃa muy firmes y que, sin embargo, no lo eran tanto. Me ha hecho mirar la vida con otros ojos y, sinceramente, creo que me han hecho mejor. Mejor en el sentido de la generosidad, mejor en el sentido de aprender a reposar las cosas y mejor en el sentido de saber cuáles son las cosas que ahora verdaderamente me hacen feliz. Es un proceso que no para. Estoy segura de que cuando cumpla los cincuenta veré que todavÃa sé mucho más. Ése es el objetivo. Cada dÃa aprender un poco más. Creà durante mucho tiempo que realizarse con la maternidad era propio de mujeres débiles que se pasan el dÃa haciendo purés, cup cakes y cosiendo bonitas cortinas. CreÃ, erróneamente, que ser madre era lo mismo que ser ama de casa. Hoy sé que me he realizado como madre y sigo sin saber poner la lavadora de mi casa. No son cosas incompatibles. Abrir los ojos con la intención de ver en lugar de mirar, prestar atención con el propósito de escuchar en lugar de oÃr, son tareas que una mujer con déficit de atención como el mÃo, asume como titánica. Pero no sólo lo he he logrado si no que los resultados son bastante satisfactorios. No me importa pasarme tardes enteras leyendo blogs de mujeres que hablan de la maternidad en lugar de leer columnas de opinión polÃtica. Esto último me aburre, no me interesa en este momento de mi vida. Pero sà me conmueven porque me mueven por dentro escritos como este de Olga Carmona de PsicologÃa Ceibe. O este de Ileana Medina Hernández. O cualquier de los que escribe desde Chile Leslie Power. Les recomiendo de corazón que lean a estas mujeres cuando sepan que van a poder disfrutar del silencio. Quizás puedo parecer (por declarar esto) una inconsciente con el mundo en el que vivo. Pero sólo quizás. Y lo digo sin pudor porque en este momento de mi existencia para mà las cosas que verdaderamente importan son aquellas que tienen que ver con el origen de todas las cosas. Y ésas son, ni más ni menos, que todo lo que tenga que ver con la crianza, con cómo los padres establecemos vÃnculos con los hijos (o no) y las consecuencias que esto traerá en el futuro. Cualquier ser humano que usted imagine en este preciso instante, por muy importante que sea a nivel polÃtico, literario, social…ha tenido un nacimiento, ha sido amamantado o no, ha sentido los brazos de una madre amorosa o no, ha sido educado en el amor o no, ha sido besado o maltratado, ha tenido padres o la ausencia de ellos. Pero todos los seres humanos, sin excepción, hemos vivido una infancia que ha marcado lo que después ha venido. Unos han terminado sus vidas sin ser conscientes de las heridas que tuvieron si las hubo. Otros, han tenido la suerte de saber que es posible mirar hacia dentro y, si hay algo herido, poder curarlo. O, al menos, intentarlo. Conocà a Olga Carmona hace justo un año. Y acudà a su consulta porque sÃ, porque yo creo que es muy necesario mirar hacia tus zonas oscuras al menos una vez en la vida. No contaré cuáles son las cosas que me han hecho llorar porque pertenecen a mi intimidad y en eso tengo mucho pudor. Pero sà diré que la vida se abre de una manera increÃble cuando entiendes que una maternidad es capaz de expandir tu cuerpo de una manera tan profunda que a veces tienes la sensación de que debes agacharte para recoger todo lo que se está cayendo. Duele pero cura. Lloras mucho pero es necesario. Leyendo el escrito de Olga,  La maternidad que nos cura, veo el amor y la sensatez que sólo las mujeres que merecen de verdad la pena pueden sentir, pensar o escribir. Memorizo esas palabras, asà como las de Ileana y otras, para sentir que no estoy tan sola, que muchas de las cosas que escojo en esta nueva etapa vital, que es la de ser madre desde una perspectiva muy consciente, no son una locura propia que una mujer inmadura y loca como tantos años he sido. Me miro al espejo y asoman ya arrugas y canas pero también asoma una incipiente sabidurÃa que antes no tenÃa ni visos de aparecer. Y me siento cálidamente acogida en un simple rato en la cama por la mañana mientras leo cosas que realmente me importan. Y me doy cuenta de que la maternidad no es, ni de lejos, discutir sobre la teta o el biberón, ni saber de memoria cuándo se introduce el puré de verdura. Ni siquiera es saberte muchas canciones. Ni tener una agenda estricta de actividades extraescolares, ni siquiera ser la mamá más activa del cole. Es algo muchÃsimo más profundo y valioso y es ser capaz de mirar a tus hijos y expresarles con amor y verdad que ellos están en este mundo porque tú los buscaste. O no los buscaste pero sà lo aceptaste y que vas a ser su sustento emocional para siempre. Que pase lo que pase, ese vÃnculo no se irá nunca y que, aunque dolorosamente algún dÃa llegue la separación definitiva, seguirás presente en sus vidas porque dejaste la huella. Preferiblemente la buena. No sé si todas las mujeres pasan por esto alguna vez en sus vidas. No sé si son o no conscientes o, si son conscientes, son capaces de expresarlo. Pero sà sé que es una de las experiencias más revolucionarias a nivel interno que un ser humano puede vivir. Yo supe cuando vi a mi hija mayor por primera vez que se abrÃa un bosque delante de mÃ. Y vi con suma claridad que ese bosque era muy profundo y con pocos claros. Pero ella me dio la fuerza para ir haciendo caminos y despejando oscuridades. Con la segunda maternidad todo se puso patas arriba definitivamente. Y ahà tuve que remangarme la camisa y ponerme manos a la obra para trabajar lo que se venÃa gestando, muy probablemente, desde que estaba en el útero de mi madre. Y empecé a entender muchas cosas. Y en ese entendimiento, créanme si les digo que hubo muchas lágrimas, mucha rabia que salió y después, mucha paz. Pero sobre todo pude entender, por ejemplo, algo tan (en principio) insignificante como es la imperiosa necesidad de dormir con mis hijas. Algo que ni mucha entiende ni me molesto tampoco en explicar. Son cosas que pueden parecer chorradas o sin importancia pero que encierran muchas cosas buenas de este recorrido. No sé ni siquiera por qué he escrito esto. VenÃa rumiándolo desde hacÃa dÃas pero no me salÃa. Es más, creo ser incapaz de contar esto de viva voz. Lo mÃo es escribirlo. Gracias a todas estas mujeres valientes que se atreven a decir sin pudor que lo que nos estaba siguiendo de guÃa no sirve. Que muchas cosas deben cambiar en la maternidad si de verdad queremos que el mundo cambie. Recuerden, los polÃticos también fueron mecidos un dÃa por una mano. Adivinen quién es verdaderamente la mano que mece la cuna en el mundo. Y cuando lo sepan, fijen su mirada en ella. Y procuren que ésta sea, de verdad, cálida y amorosa. Me despido con este escrito de Olga Carmona. Piénselo clara y detenidamente. Ama a tus hijos y házselo saber, con la palabra, con el cuerpo y con los hechos. Amálos como un mantra, como una oración, como una urgencia, como una prioridad, Si no lo hicieras, los estarÃas condenando al peor de los destinos. A buscar obsesiva y erróneamente llenar un hueco, un vacÃo innombrable, una falta de sentido a su vida. No importa lo exitosos que puedan llegar a ser en lo profesional o en la apariencia de lo personal: Serán infelices. Los habremos condenado a no poder amar y a no ser amados. El vacÃo que deja en el alma la falta de amor, es una herida primaria que nadie podrá curar ni compensar. Puedes seguirme en facebook, twitter y linkedin Sin categorÃa Tags maternidad consciente Comentarios Gema Lendoiro el 09 nov, 2014