Ya sé que muchos de ustedes llevan bastantes días disfrutando de terrazas e incluso de restaurantes. Con limitaciones de espacio, claro. Pero algunos (bastantes, por desgracia) llegamos más tarde, así que, después de tanta comida a domicilio, me hace ilusión contarles la primera cena formal en una terraza madrileña. Fue anoche, en RAFA. Era su primer día. Nosotros habíamos reservado hacía tiempo. Menos mal, porque me contaba Miguel Ángel, mientras nos atendía, que tienen completo el aforo durante toda la semana, tanto para comidas como para cenas. Lo único disponible es la posibilidad de sentarse a tomar un aperitivo entre 12,30 y 13,30, antes de que lleguen los clientes con reserva para comer. La semana próxima, si el ministro de Sanidad y su ejército de “expertos” lo tienen a bien, podrán abrir el interior del local. Como es grande, son optimistas. Aunque, claro está, la atractiva y frecuentada barra (siempre en mi top madrileño) seguirá cerrada.
Dos camareros para atender las ocho mesas disponibles, además de los propietarios, Miguel Ángel y Rafa. Como primera impresión, la alegría de ver el escaparate cargado ya de marisco (tentadores los centollos) y con los jamones de Joselito allí colgados. La carta física sustituida por un código QR que permite descargarla en el móvil. Una carta, lógicamente en estos primeros días, mucho más reducida. El marisco y algunos pescados se ofrecen de viva voz en función de lo que ha llegado en el día. Y luego están algunos de los grandes clásicos de la casa: ensaladilla rusa (con o sin ventresca), salpicón de bogavante y salpicón de langostinos y carabineros, el tartar de lubina y salmón, el steak tartar, los dados de solomillo paleto o las manos y morros de ternera a la madrileña.
En nuestra mesa, para empezar, unos buenos camarones gallegos (algo pequeños de tamaño), la ensaladilla rusa (sin ventresca, que creo que aporta poco a una de las mejores ensaladillas de Madrid), y el tartar de lubina y salmón (dado a probar antes, como debe ser). De segundos, un muy buen rodaballo a la plancha, los dados de solomillo a lo paleto, y un par de steak tartar (que también se da aprobar para afinar el punto), que también es de los mejores que se pueden encontrar en Madrid. Con una tarta de queso de postre, aperitivos, y un par de botellas de blanco Viña Gravonia 2010, 275 euros cuatro personas. Vale lo que cuesta.
La semana anterior tuvimos otra cena, esta de reencuentro familiar, en otra terraza, en el bulevar de Sainz de Baranda, la de KASANOVA. Un italiano donde hacen buenas pizzas, y donde, sobre todo, hay una oferta de champanes muy importante, y a precios especialmente moderados. Cayeron un par de botellas de Mixolydien 14, de Stephane Regnault, y otra de Michel Gonet 2005. Y las cinco pizzas que tienen estos días en la carta de reapertura: jamón y queso, prosciuto y fungi, diavola, cuatro quesos y tartufata. Pizzas y champán. Y una terraza cubierta muy agradable.
Ya vamos hacia la normalidad de siempre, la buena. A la hostelería no se la apoya sólo de boquilla. Salgan, gasten y, sobre todo, disfruten.
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