Nunca cuelgo en el blog los artículos que publico cada semana en periódicos de papel. Ni mi columna Sobremesa, que aparece todos los sábados en ABC, ni la de Reinos de Humo, que encontrarán cada dos domingos en el suplemento XL Semanal de Vocento, el más leído, con diferencia en España. Tampoco el artículo que cada semana publican El Correo y otros periódicos de Vocento en sus páginas de gastronomía. Sin embargo, voy a hacer una excepción con mi columna Sobremesa de este sábado 26 de agosto, que llevaba por título “Barreras en la cocina”. La extraordinaria acogida que ha tenido en Twitter me anima a colgarla aquí por si no leyeron ayer ABC o por si no son usuarios de esa red social. Creo que el tema merece la pena.
BARRERAS EN LA COCINA
Lo importante a la hora de sentarse a la mesa es disfrutar con la comida. En los últimos tiempos, grandes cocineros como Ferrán Adriá o destacados gurús de la gastronomía resaltan que la cocina del siglo XXI es la cocina de la libertad. Libertad del chef para elaborar sus platos, libertad en las formas. Así es. Pero paradójicamente, vivimos en una época marcada por la imposición. Todo tiene que ser blanco o negro. No caben los matices. Especialmente en las redes sociales, donde grupos de talibanes en esto del comer queman en la hoguera virtual a los que no comparten sus criterios.
Es cierto que un pescado está más jugoso en su punto que pasado en el fuego. Pero si alguien lo disfruta más hecho no veo el problema. A mí no me cabe duda de que añadir limón a una fritura de pescado perjudica su sabor, pero hay gente a la que le parece más rico con ese toque cítrico. Y está en su derecho. Los guardianes de lo políticamente correcto se regodean cuando algún incauto asegura que le gustan los blancos de verdejo, una uva demonizada últimamente por esos “expertos”. ¿Por qué no puede la gente beberlos y disfrutarlos?
Si usted va a un restaurante asiático y pide unos cubiertos en lugar de los casi obligatorios palillos, tan ajenos a nuestra cultura, algunos le señalarán con el dedo. ¿Si no sabe usarlos por qué tiene que sufrir? Como le gusten las salsas con mantequilla, y se atreva a decirlo, le quemarán vivo en esa plaza pública acusándole de anticuado. Y así tantas y tantas cosas. Es muy distinto sugerir que imponer. Se puede recomendar, pero no obligar. Pretender que a todos nos gusten las mismas cosas no tiene sentido. El gusto único, como el pensamiento único, es muy peligroso. Dejemos que cada uno disfrute a su manera. Para sufrir ya tenemos suficientes cosas cada día. Pero no en la mesa.
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