Salvador Sostres el 26 feb, 2017 Ni los que más le odian son capaces de imaginar lo que este hombre puede dar de sí; ni a los más enfadados por su actuación política les podría caber en la cabeza lo que están a punto de contemplar. Pero yo conozco mejor que nadie a este hombre. Nadie puede conocer su corazón mejor que yo. Nadie puede dar testimonio de que antes de empezar ya estaba acabado, pero yo sí. Le vi nacer y le ayudé a crecer y conservo el recuerdo de todas las sensaciones. Mucho antes de que acabe de destruirlo todo lo que dice defender, y de destruirse, su destino apagó la luz el día que decidió dedicarse a la política. Artur Mas quiere volver a ser el candidato de lo que queda de Convergència, y ayer dijo que la corrupción no existe en su partido -cuando ha sido su principal beneficiario- y que todo se lo inventa el Estado porque va a cazarle. Nadie está tan interesado como el Estado en que Mas vuelva a liderar el independentismo, porque es la mejor manera de hundir el llamado “proceso” en la más cruel de las derrotas. Nadie desea más que España el regreso del expresident, porque sabe que le saldrá gratis la victoria, y que el independentismo acabará derrotado por el propio independentismo. Todo lo que ha tocado Mas lo ha convertido en funesto. Tras su paso sólo ha quedado la desgracia. Es el jinete de la desventura. Con él, CiU pasó a la oposición y hasta Montilla le ganó la partida para ser president. De tantos catalanes que tienen cuentas en Suiza, descubrieron a su padre en una investigación que nada tenía que ver con él. Ni ante el descalabro del tripartito consiguió la mayoría absoluta y cuando anticipó las elecciones para alcanzarla, en lugar de lograr los seis diputados que le faltaban, perdió doce. Luego quiso imitar Esquerra y se hizo independentista -él que nunca lo había sido, y que se reía de los independentistas- y hoy las encuestas le dan a Junqueras el doble de diputados que a los restos de Convergència. El 9 de noviembre pactó una pachanga con el Gobierno, para quedar como más independentista que Junqueras, pero durante aquella jornada quiso sacar pecho y hacer el chuleta y no sólo los independentistas con dos dedos de frente se dieron cuenta del fraude y no se tragaron su pantomima lamentable, sino que ha acabado procesado como todos los que intentan vacilarle a un Estado. Tras el famoso 9N se cargó Convergència i Unió y si con 63 diputados le bastaba la abstención de la CUP para ser president, se quedó con 62, y eso que Esquerra le ayudó adhiriéndose a lo que se llamó Junts pel Sí. Y así fue como diez peludos que no son nada ni nadie le tiraron a “la papelera de la historia”, según ellos mismos sentenciaron. Ahora dice que vuelve, mientras la Justicia decide si lo inhabilita. El espectáculo de sus próximos fracasos promete ser más asombroso que lo que pueda dar de sí un enfrentamiento entre Cataluña y el Gobierno, de final tan previsible y poco edificante. Vuelve el pájaro negro, el mal agüero, la caída fundamental de la que todo hombre intenta librarse. Vuelve el oscuro presagio, los imanes de la tumba revolucionados, un infortunio tan hambriento que ni con la derrota se sacia y que necesita humillaciones, escarmientos y toda clase sordideces cuyo alcance ni yo soy capaz de limitar, y eso que pese a lo mucho que entonces le animé y defendí soy el único que tuve desde el principio la intuición del trágico destino que arrastra. Como una fábula prebíblica, vuelve el que muchos creen que es el Elegido, y no saben que elegido lo es, pero para arrasarles. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 26 feb, 2017