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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Un mundo perfecto

Salvador Sostres el

Clint Eastwood tiene una asombrosa facilidad para disparar y darme. Me atrae, me gusta, veo sus películas y acabo siempre llorando y prometiéndome que nunca más correré hacia él. Yo creía que nada ni nadie podía causarme más desasosiego que Mystic River pero fue hasta esta noche en que he visto Un mundo perfecto (HBO Max). Un atracador toma a un niño de rehén y la huida es una aventura iniciática para el crío y una cierta senda de redención para el fugitivo, pero el verdadero tema de la película es que todos los ídolos son falsos y hasta peligrosamente falsos cuando pretenden erigirse en la única explicación del mundo. En realidad, es una película que va sobre mí. Muchas veces me he visto así: como uno que se escapa para explicarle a un niño lo maravilloso que es el mundo y al final todo se desvanece porque simplemente no tengo la suficiente fuerza para aguantar sólo con mis manos el gran peso del decorado. Yo soy el que huye y no puede unir los tres círculos, y el final es sórdido y trágico; y yo soy también el niño que adora al ídolo hasta que entiende que no tiene más remedio que dispararle, y quedarse a su lado, llorando hasta que muere.

Cuando era muy pequeño esperaba siempre algo maravilloso que nunca sucedía. De mayor he intentado realizar en los demás esta fantasía. No fui un niño infeliz, ni desgraciado, pero sí muy insatisfecho. Tuve de todo, o mejor dicho, no me faltó nada, pero nunca llegaba el gesto sublime que elevara la escena a otro plano. Conversando con mi madre o con mi hermana me doy cuenta de que muchos de mis recuerdos sobre grandes momentos son inventados. Ellas me lo dicen: yo no soy consciente de estar fantaseando. Era tan grande mi ansia por lo extraordinario que muy desde el principio empecé a resolver mi frustración inventando lo que no había ocurrido, creyéndolo e incorporándolo como un recuerdo. Mis amigos quedarían sorprendidos si supieran cuánto de lo que cuento como cierto siguió este proceso. Pero es que yo también me sorprendo cuando los que lo vivieron conmigo me muestran en el espejo.

Desde que empecé a manejar dinero mi obsesión fue recrear estos falsos recuerdos. Nunca me han impresionado los objetos y sólo me ha preocupado el aire -“el aire de Las Meninas”, como Dalí diría-. Y el aire es lo más caro. Porque es lo más difícil, porque nunca acabas de conseguirlo. Y quieres más, y no sabes por qué, ni hasta cuándo, y esto es lo que le pasa al protagonista adulto de la película. Al Michael Corleone también le pasa, y su afán por proteger a la familia acaba provocando que le asesinen a la niña. Si no hay un límite -y Dios es el único límite verdadero y posible-, si no entiendes que hay un paradigma más importante que el tuyo, tus prodigios se corroen y se pudren y acabas hiriendo a quien más quieres maravillar, y al final no queda otra que matarte. Yo he vivido en este límite, y aunque casi siempre he sabido parar a tiempo, alguna vez me di cuenta cuando ya lo había traspasado. Desde el niño yo que también soy, he visto como mis ídolos caían, y no lo he podido soportar, y me he rebelado contra ellos, a veces del modo más brutal, y más injusto, y lo sé, y me da tormento pensarlo, pero si pudiera volver atrás y pensar mejor mi reacción, sería exactamente la misma.

Me gusta decir que Santa Claus tiene el mejor trabajo del mundo, y me gusta pensarlo. Me gusta todavía más pretenderlo, intentarlo, suplantarlo, y soy a la vez el niño y el prófugo hasta que llega el vértigo y el gran peso del decorado. Me asusta imaginarme, y suelo soñarlo, dándome cuenta de que llevé a mi hija a un colapso sin retorno por no haber sabido dejar a tiempo de jugar a hacerle creer que vive en un mundo perfecto. Como siempre y en todo lo que importa, mi luz es mi oscuridad, y mi fuerza lo que más profundamente podría destruirme. Hacerme mayor me ha servido para darme cuenta de que mis virtudes y mis defectos son exactamente lo mismo, y que todo depende de la decantación y de cómo incide el rayo del sol en cada hora del día. Yo ya no puedo vivir sin la adicción de hacerte sentir que el mundo es mágico, y es precisamente esta adicción lo que va primero a destruirme y luego a matarme. En dos tiempos, con una pausa, para que me quede claro lo que ha pasado.

Un mundo perfecto soy yo. El que dispara, el disparado y la bala. En el fondo ya lo sabía, pero me ha roto que Clint Eastwood viniera a recordármelo. Llevo todo el artículo pensando que lo único ya me queda para que pese a todo continúes creyendo que el mundo es maravilloso, es sonreír cuando me dispares y morirme sin que apenas sangre.

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