El miércoles pasé todo el día en casa, con la niña un poco enferma. No demasiado enferma. Sólo un poco. Mocos, etcétera. Pero por lo que sobre todo no la llevamos al colegio fue por su incipiente conjuntivitis, tan contagiosa.
El miércoles pasé el día en casa con la niña, un día perfecto. Ella jugaba, yo escribía. Me dijo que quería salir a comer fuera. Su madre lo habría encontrado imprudente pero yo soy tu padre, hija mía, y soy el capitán de los días felices. Fuimos en taxi, aunque de todos modos no hacía frío.
Estuve todo el día con la niña, y no me pudo parecer un plan mejor. No sé qué tonta feminista les puso a las mujeres la absurda idea en la cabeza de que ser amas de casa era una humillación. Sería yerma, además de feminista y tonta. ¡Pero si estar en casa con la niña es lo más maravilloso que hay! ¿Cómo no vas a realizarte ocupándote de tu familia y de tu casa? ¿Qué otra realización podrías esperar? Estoy hecho de los ratos que paso con mi hija. Estoy hecho de días como el miércoles. Fuimos a comer a Yashima, un japo fantástico que le encanta a Maria. ¡Soy amo de casa! ¿A qué otra felicidad puede aspirar un hombre católico, de derechas y occidental?
Hay que ser una amargada para inculcar a las mujeres que no se ocupen de su hogar, para tratarlas de empequeñecer ante tan gran misión y tan fundamental destino. Hay que vivir asqueada en un gran resentimiento para creer que hay algo mejor que llevar una familia y una casa.
El miércoles pasé el día entero con mi hija. Mi mujer estuvo trabajando y luego tenía Liceo: Lucía de Lammermoor, creo. Fue un día amable, alegre y bellísimo. Un padre y su hija haciendo lo que les da la gana son el gran resumen del mundo.
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