Algunas noches se me ocurre algo cuando ya me he tomado el Stilnox y empiezo a escribir contra el paulatino efecto. Noto que me estoy durmiendo pero aún puedo escribir otra palabra. Voy y vuelvo de la lucidez a los ojos que se me cierran. El gusto de rendirme al sueño y mi vida, que es acabar el texto. Veo las letras un poco borrosas, más grandes, y no pasa ningún filtro lo que escribo. No es escritura automática, porque responde a una idea, y a una idea pensada, pero en este estado la formulo liberada de cualquier contexto que no sea el puramente literario, por supuesto ajeno a cualquier conveniencia. Escribir siempre es un cálculo, aunque yo probablemente sea el articulista que más da en cada columna, y que menos calcula, y que más netamente me justifico en lo que escribo y sólo en lo que escribo. Yo funciono si funciona el artículo.
Escribiendo contra Stilnox no tengo en cuenta ninguna consecuencia, ni siquiera las de la más elemental empatía. Digo nombres delicados, muestro el argumento sin envolverlo, el río profundo y descarnado, todo sostenido en la cadencia, en lo que quiero decir, en el ritmo, sin pensar en quién lo va a leer, ni cómo va a entenderlo, ni qué problemas me va a causar ni si tendré suficiente fuerza para recoger los trozos del naufragio.
Tal vez tendríamos que escribir siempre así, sin pensar en nada más que en la emergencia de cada línea. Escribir como el tallo de una copa Zalto, que es la línea más vertical, estilizada, sexual de la Tierra. El tallo de esta copa que es el Hombre sometiendo a la Naturaleza, anulando su voluntad y su accidente para proclamar que sólo la inteligencia es bella. Tendríamos que escribir como si las cosas sólo pudiéramos decirlas una vez y esta vez fuera nuestro único legado.
Ayer escribí un artículo sobre mi muerte. Había tomado ya el Stilnox y me puse a ver una mediocre película sobre uno que sabe que va a morirse y decide cerrar el círculo sin tragedia, amablemente. La peli no era gran cosa, pero el protagonista, Johnny Depp, consigue siempre impresionarme, hasta cuando hace el imbécil. Llevado por la cierta emoción del tema, por lo efímera que siento mi vida, por lo probable que veo que el final llegue en cualquier momento -es de hecho un milagro que lleguemos vivos al final de cada día- y por la bonita relación que tengo con mi muerte, me puse a escribir como si me despidiera, pocas veces me siento tan libre y tan ligero como cuando escribo con ternura de mi muerte. También escribí algún nombre, y algún escalofrío, y su bello pánico. La mezcla de vigor y Stilnox, lo que subyace y lo que se libera. La escritura cuando sólo depende de ella misma. La vida cuando todos los equilibrios tiemblan en el tallo de Zalto. Los estados de ánimo son tan reales como lo que en realidad sucede. No me estoy muriendo, pero hay que dejar escritos los abrazos por si no llegamos a tiempo. Hace unas horas he borrado su nombre y he dejado sólo la inicial. No me ha pedido que lo hiciera, pero tal vez sea lo más prudente. Todos tenemos nuestras vidas, también ella. “Érem hostes del bes i la insistència”. Prudente o imprudente, va a ser junto a Maria lo mejor que me lleve.
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