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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Mi suegro

Salvador Sostres el

Mi suegro es un genio. Inventó, basándose en un principio activo distinto de todos los demás, el único repelente de insectos que huele bien y que ha resultado ser el que mejor funciona del mercado. También fue quien primero pensó en asociar los perfumes a una celebridad, algo que todavía hoy genera en el sector un impresionante volumen de negocio. Más recientemente, él solo, con su elocuencia y su empeño, ha como mínimo retrasado que el tranvía destroce la Diagonal. A veces pienso que él ha sido la única oposición real que ha tenido la alcaldesa Colau.

Es un hombre realmente inusual, mi suegro. De un lado tiene la disciplina de acudir regularmente al médico, de seguir al pie de la letra sus prescripciones, de obedecer a su esposa en todo lo que le manda, de ser estricto en sus sacrificios con la dieta, mostrando un día y el siguiente una fuerza de voluntad admirablemente resistente a perezas, caprichos o arrebatos.

Del otro es capaz de revolucionar con su ingenio cada pequeño mundo en el que decide adentrarse. Demasiadas veces le ha costado que le entendieran. Es frecuente que los genios parezcan estafadores a los ojos de quienes tratan siempre de convertir sus limitaciones en la medida de todas las cosas. Todavía es más frecuente que los estafadores parezcan genios a los ojos y a los oídos y a las mentes tan secuestradas por la afectación y el prejuicio que no rozaron ni un instante la Belleza.

Cada cosa la hace mi suegro con la pasión con que la grada se pone en pie en la recta final en el estadio, volcándose en ella como si fuera la última expedición de la gran aventura de los hombres libres. Quiso ser periodista pero su padre, escarmentado por los Rojos, que le robaron la tienda durante la Guerra, le recomendó que estudiara una carrera científica que le permitiera ejercer en cualquier lugar del mundo. Y eligió ser farmacéutico, aunque enseguida se sintió atraído por la dermatología y los perfumes. Vio antes que nadie el inevitable abismo al que se dirigía el mundo de la farmacia y creó su laboratorio para fabricar sus productos y los que otras empresas le encargaban. Como hace un hombre, ha sacado adelante a su familia, dándoles mucho más de lo que ni siquiera ellos podían imaginar.

Su carácter se basa en la autoexigencia, en una idea del mundo que tiene la medida del mundo y no de sus ideas, y que toma cuerpo en sus convicciones corregidas por la experiencia. Me gusta su mezcla de firmeza y de curiosidad por aprender. Le he visto admitir que estaba equivocado en lugar de arremeter contra la evidencia, y para eso hay que estar muy seguro de uno mismo, y tener, además de clase, nobleza. Su inteligencia es deliberativa, discursiva, razonadora. Le gusta compartirla. Explica historias de su vida pero no por incontinencia sino con la clara intención de transmitir el valor moral que contienen. Entiende la cortesía como una higiene.

Y como todos los genios tiene sus extravagancias, sus obsesiones, sus fijaciones de las que es imposible rescatarle, sus cruzadas algo absurdas contra fantasmas que no existen. Lo menciono porque es no sólo comprensible sino imprescindible que los genios tengan sus puntos de fuga para liberar tensión. Reprocharle a un genio sus puntos de fuga es no entender el valor de la Humanidad, la hondura del alma, el alambre en el que Dios hace equilibrios y nos manda todavía la Gracia para salvarnos.

Pero hay algo peor que reprocharle a un genio sus extravagancias, y es copiarlas porque crees que hacerlo te acerca a su talento. Es muy difícil copiar el talento ajeno. El talento de los genios ha de inspirarnos. Yo no soy farmacéutico ni perfumista ni comparto el entusiasmo de mi suegro por el urbanismo. Pero su genialidad me inspira y cuando pienso en lo que ha sido capaz de hacer con su talento y con su esfuerzo, con su intuición creativa, con su humanidad aferrada a su integridad, todavía en busca de su Salvación, me revuelvo contra mi mediocridad e intento estirar mis límites un poco -ni que sólo sea un poco- más allá.

Si yo intentara copiar los puntos de fuga de mi suegro, o sus fantasmas, o sus obsesiones, sería no más que una triste parodia consumido por la gota de angostura sin el whisky rye, y entonces en lugar de un Manhattan tendríamos toda Matafaluga.

Es imperioso saberlo: hasta la más apabullante obra de un genio puede destruirse en pocos meses si no sabemos usar bien la luz. Hay que entender la luz y hay que amarla. Es la madre de todas las derrotas que tus prejuicios se impongan a tu inteligencia. Las almas opacas son impermeables al Misterio, son dementores que en nombre de una patética formalidad que más bien resulta ser un restreñimiento, asesinan del modo más cruel lo que dicen proteger.

Los genios son importantes por lo que son y por lo que hacen. Pero también es importante saber cómo tratarlos, qué hacer de ellos y que su contabilidad no es la corriente. En los genios, las virtudes no hacen promedio con los defectos: las virtudes se proyectan porque con ellas conseguimos realizar la promesa de un mundo mejor; y los defectos se soportan y se olvidan. No se tienen nunca en cuenta: ni para reprochar nada ni para ser copiados, porque no conducen a ninguna parte.

Mi suegro ha vivido siempre pensando cómo podía usar lo que sabía y sus habilidades para hacer más hermosa la vida de los demás. La generosidad es su característica, incluso cuando sabe que no es que la merezca demasiado quien va a recibirla. También en esto su genio ha brillado: y ha sabido continuar haciendo lo que tenía que hacer por encima de las supongo que inevitables mezquindades de los demás.

Me suelen preguntar por qué escribo sobre estos temas “privados”. Primero tengo que desmentir la pregunta: el genio de mi suegro no es privado y la Humanidad se ha beneficiado suficientemente de él como para que sea noticiable. Pero además siempre he pensado que los periódicos han de ocuparse del curso cotidiano de la vida, tan susceptible de convertirse en sustancia lírica como los deportes, la ciencia o la política.

En el caso concreto de mi suegro, su personalidad y su obra creativa y empresarial son su legado, pero en igual medida lo es su amor, su entrega total a las personas y a las ideas que ha amado, y su paciencia y su tenacidad para abrir ámbitos de luz donde sólo la tiniebla reinaba. Ha dado mucho más de lo que ha recibido, ha explicado mucho más, y mucho mejor, de lo que ha sido comprendido, y su partitura ha tenido intérpretes a menudo mediocres porque le han querido copiar el pie de la letra en lugar de confiar en su inspiración, en su metáfora, en su grandeza.

Pero él ha ganado porque ha hecho del mundo un lugar mucho más bello y estimulante. Tú crees que nadie lo ha visto pero yo siempre he sabido cómo mirarte.

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