Salvador Sostres el 09 jun, 2016 Por motivos que no vienen al caso, hace casi veinte años que no tengo relación con mi padre. No es que fuera algo premeditado pero pensé que con el tiempo el vínculo se iría deshaciendo y las huellas se irían borrando. Mentiría si dijera que no he pensado en él, y en mi abuela, cuando los grandes acontecimientos de mi vida han ido llegando, pero la inercia del silencio ha ido permaneciendo como cuando el río crece hasta inundar el campanario. Hace una semana tuvo un grave percance y estuvo en la UVI hasta ayer. Mi hermana ha cuidado de él en todo momento, con la paciencia y la entrega que sólo las hijas tienen, y me ha tenido puntualmente informado de las novedades. Pensamientos de toda índole me han visitado. Justo ayer le subieron a la planta y dejamos de temer por su vida tras varios días de incertidumbre y angustia. Mi hermana disponía al fin de algunas horas para irse a descansar pero me llamó al cabo de veinte minutos para contarme que tenía que volver corriendo al hospital porque le había llamado la joven y encantadora enfermera para decirle que nuestro señor padre, al quedarse solo en la habitación, se había arrancado los cables y sondas de los que todavía depende, y que lo habían encontrado sentado en el borde de la cama, intentando vestirse para marcharse de una vez a casa. Entendí las exclamaciones de mi hermana, pero comprendí también que por mucho que no le hablara aquel hombre es y será siempre mi padre, porque yo también hubiera sentido el impulso de arrancármelo todo y escapar. Hacemos nuestros trabajos, cobramos nuestras sueldos, creemos que decidimos por qué autopista circulamos, y después de tanto tratar de cambiar te ves exactamente reflejado en el tipo sentado en el borde de su cama de hospital, que durante veinte años has pretendido ignorar que es tu padre. Lo único que me extraña es que no intentara llevarse a la enfermera por delante. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 09 jun, 2016