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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Lo que no quiere hacer

Salvador Sostres el

1.

La directora de mi colegio, que ahora es el de Maria, me llamó a su despacho impacientada por el desagradable trato que le dispensaba al profesor de Matemáticas y de Física y Química. Me preguntó a qué se debía. Yo tenía la edad de mi hija. Le dije que se trataba de un sentimiento anticipado y ella no pareció comprender muy bien a qué me refería.

Le expliqué que yo no vivía mis días en el colegio pendiente de los acontecimientos sino del recuerdo que guardaría de ellos, porque me aburría tanto y mis compañeros me parecían tan deprimentes que sólo me entretenía imaginar de qué modo todo aquello iba a convertirlo en sustancia lírica. Y que adoraba a mi tutor de Quinto por ser el maestro de todas las enseñanzas con que un niño ha de ser tomado de la mano para convertirse en adulto; a la profesora de Literatura por encarnar en sus enseñanzas y en su compostura la Belleza; a la profesora de Español por ser la madre dulce y comprensiva que siempre para mí iba a tener abiertos los brazos -como así ha sido-; y que en cambio tenía tan claro que iba a olvidar al profesor de Matemáticas y de Física que había anticipado el sentimiento, y ya lo había olvidado, y entonces me irritaba verlo porque me lo recordaba.

Se lo dije muy en serio y muy convencido de que entendería mi gran malestar y mi desprecio, y de que me ofrecería una solución que me aliviara. Me preguntó si quería un vaso de agua. Le dije que sí porque me gustaba el vínculo de tomarme algo con ella, aunque no tenía sed. Me pidió que se lo volviera a explicar. Cuando hube terminado se me quedó mirando sin decir nada y me dijo que podía volver a clase.

Meses más tarde, en una de las periódicas reuniones que tenía con mis padres, les dijo que a mí siempre me iría bien pero que siempre tendría problemas. Recuerdo que mi padre, al contarme cómo había ido el encuentro, repitió su frase exacta: “Le irá bien porque consigue siempre hacer lo que quiere hacer, y sabe explicar muy bien por qué; y tendrá siempre problemas porque es incapaz de hacer lo que no quiere hacer y no tiene ni idea de por qué”.

2.

El viernes me puse a ordenar el baño, y debajo de la pica, al fondo, encontré dos bolsas llenas de productos y enseres aún de mi mujer. Las volqué en la cama, para decidir qué tiraba y qué guardaba y si había algo que le tuviera que devolver. Me dio pena ver algunas cremas de higiene íntima y otras que favorecen -por decirlo así- el funcionamiento. Pensé que hasta el último día, y me temo que tal vez más, hizo todo por gustarme y por estar en la mejor forma; y sentí el peso y la culpa por mi deseo desvanecido, primero con algunas intermitencias y luego ya de un modo absoluto; y cómo era inútil y hasta contraproducente tratar de forzar su regreso. Me costó tiempo y paciencia seducir a mi mujer, pero sabía que la quería, y que quería que fuera ella, y sabía muy bien por qué; y me bastó la noche en que la conocí para darme cuenta y para explicárselo la mañana siguiente a mi abuela, que aceptó y celebró mis razonamientos y cuando al cabo de unos meses la conoció me dio toda la razón: “Con esta chica podrás entrar en los sitios pisando fuerte”, y ya sólo quedó acordar el día de la boda.

Pasaron los años, tuvimos a Maria, y yo iba notando que algo en mí fallaba, algo que era físico pero no mecánico, algo que se resolvía -o más bien dejaba de resolverse- en el cuerpo, pero que era mental, anímico, y como mi directora les había anticipado a mis padres, me vi incapaz de hacer lo que no quería hacer y no podía entender por qué. Con el tiempo he elaborado mis teorías, pero incluso a mí me parecen más literarias que una explicación precisa de lo que me sucedió. El caso es que no pude controlarlo, que no pude controlarme. Para lograr lo que me propongo he sido capaz de saltar muros mucho más altos, y he acostumbrado a mi cuerpo, de un modo a veces extremo y otras grotesco, a lo que mi idea anhelaba; y aunque en ocasiones he tenido que pagar un elevado precio, lo he podido hacer sin el menor problema. Pero no pude librarme de mi ofuscada negativa, y así se consumió mi matrimonio, y que se rompiera mi familia era mi más horrible pesadilla, como la de cualquier hijo de padres separados.

3.

Impotente ante la derrota, ante mi derrota, me libré enseguida del vulgar resentimiento por haber sido abandonado y pensé en qué era de todo aquello lo que más me aterraba. Maria, sin duda, y que ella fuera como yo la hija de unos padres separados. Hablé con mi esposa, se lo ofrecí todo sin pedir nada a cambio. Pese a mi oposición a la ruptura, le puse la más hermosa alfombra para que hiciera lo que necesitara. Le mostré mi amor, y mi dulzura, y aunque estaba dolido, y quería reprocharle su atentado contra la Familia, no me costó nada ser amable y reprimirme porque sabía lo que quería y se lo pude explicar muy nítidamente. Nunca hemos utilizado la palabra “separación” con Maria. Simplemente mami vive en otra casa. Llevamos juntos a la niña al colegio, hablamos cada día y yo invito a los grandes viajes de cada año y vamos los tres. No es una solución perfecta, y permanece oscura mi cerrada negativa, pero el ámbito familiar ha quedado preservado, y si como hombre y mujer hemos topado con nuestra inevitable mediocridad, como padres hemos sabido sobreponernos a ella y para lo fundamental somos un equipo invencible.

Llevo las marcas de cada herida que me ha sangrado y las veces que con ira y con vergüenza no he podido hacer lo que no quería, aún sabiendo que debía. Pero la directora sabía que me iría bien y me regaló las Matemáticas.

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