Ayer algunos amigos me escribieron preguntándome si estaba bien tras haber leído mis dos últimos artículos, especialmente el último. Les respondí que gracias y que sí, pero algo irritado por la pregunta.
No me gusta despertar estos sentimientos, aunque sé que muchas veces son los únicos que merezco. Me siento en una posición que no me gusta, en una relación con los demás que no es la que quiero. Además, soy el padre de Maria. Pero más de fondo está mi relación con los artículos y el cuidado con que me tomo mi higiene.
Cuando Lorca publicó el Romancero Gitano, le preguntaron si era gitano, si tenía raíces gitanas, si se había convertido en un abanderado de la causa gitana. Contestó que simplemente los gitanos habían sido su tema.
Aunque sea mi vida, y mi vida tan íntima, es también mi tema; y aunque soy lo que escribo, la escritura es una distancia y nunca he descuidado mi higiene. Escribir es una distancia, la literatura ordena lo caótico y le da forma y estructura a lo que era el caos. Se puede uno asomar a sus dramas con inteligencia, desapasionadamente. Es un buen ejercicio convertir lo que nos pasa en un tema, calculando qué parte hay de pataleta y qué parte de sustancia, lo que afecta sólo a tu incontinencia y lo que contiene de algún modo la vida de todos. Vivir escribiendo no sólo sirve para desahogarse, sino para distanciarse, para que ante cada espanto el deber de tener que escribirlo te concentre en lo que importa y no en lo que te afecta, en el artículo y no en el dolor, casi siempre estéril.
El mayor descanso de ser padre fue que dejé de ser lo más importante de mi vida. Cada tarde a las cinco voy a buscar a mi hija al colegio. Mi ansiedad puede danzar hasta aquella hora, y mis fantasmas. He renunciado a más de lo que podrías imaginar para estar seguro de que podré estar tranquilo a las cinco.
También la higiene es fundamental y demasiados hombres la descuidan. La higiene de cada mañana, cuando en la ducha tomo impulso para sobreponerme a lo que me muerde, a lo que me angustia. La higiene de salir a la calle habiendo entendido que los demás no son tu cubo de la basura y que le debemos al mundo la alegría y la luz con que podemos hacer de cada día el fruto de un arte imprevisible.
¿Estás bien? Claro que estoy bien. Estoy bien porque he decidido estar bien, porque estar bien es el gran pacto de la Humanidad, como el desodorante. Higiene física e higiene moral. Higiene al fin y al cabo contra tanta emocionalidad desparramada, contra la vulgaridad de vivir sin idea, sin elaborar lo que nos pasa, sin sentido de misión y pensando sólo en la pupita que nos hace el dedito. Tendríamos que saber qué hacer de nuestra soledad, de nuestra pesadumbre, de nuestra tristeza. Tenemos que aprender a darles forma hasta situarlas a la distancia exacta para que no nos colapsen, pero no tan lejana que nos vuelva unos cínicos. Éste es el sentido del arte -y su alivio.
Ser padre es también un arte, el arte de salir de uno mismo, y de vaciarse un poco por dentro para hacerle un espacio a tu hija. Desde que Maria nació es abrumadora la cantidad de cosas que han dejado de preocuparme. Una verticalidad cortante conecta lo esencial y de lo demás me acuerdo, pero dónde está.
Si abres mucho los brazos para recibir a tu gran amor, tu cuerpo hace la forma de la Cruz. Civilización solía significar que la muerte no es lo contrario de la vida. Y claro que estoy bien: ya son las cinco.
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