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Blogs French 75 por Salvador Sostres

La terraza

Salvador Sostres el

Me doy cuenta de que al final he podido resolver pocos problemas en la vida de los demás. Algunos pero pocos. Ceno con mi esposa y la madre de una amiga de Maria. Por esta madre, y por sus circunstancias, sentí una inclinación particular hace tres años, cuando la conocí. Una inclinación compatible con ser el marido de Anna aunque sea –a shadow in the family, the baby waves bye-bye– a nuestra muy especial manera. Me hubiese gustado haberla ayudado más pero he podido hacer poco, casi nada. Santa Claus tiene el mejor trabajo del mundo y yo a veces juego a ser él pero con unos muy lamentables resultados. Esta chica sentada junto a mi esposa en esta terraza del verano anticipado, la luz tenue, las enredaderas, las niñas jugando en la mesa de enfrente. Yo he pedido vino y las mujeres hablan de sus asuntos. Pienso en cómo mi vida habría podido ser si hubiera tenido el poder verdadero. Anna está cansada porque ha madrugado. Nuestra amiga es la primera vez que sale desde que nos encerraron.

Llegan los tiraditos, las gyozas. Yo por comer me comería los fideos que se ha pedido mi hija pero hace calor y me limito a servir más vino. Me gustaría haber hecho algo más por contentar a mi mujer, por haberla hecho sentir más querida; me gustaría haber podido ayudar a nuestra amiga en mayor medida, resolverle de un modo más eficaz la vida. Tenía grandes sueños para vosotras y sólo he podido conseguir esta mesa y este vino. ¿Y si brindáramos por lo que hubiera podido ser? “¿Dónde está la canción que me hiciste cuando eras poeta? Terminaba tan triste que nunca la pude empezar”.

Me doy cuenta de que yo al final he podido resolver pocos problemas a las personas a las que quiero. Demasiados trineos me separan de Santa Claus. Demasiados conejos que se creen ciervos y a la hora de la verdad el orgullo no vuela. Sin embargo es ya casi junio, se ha quedado una noche estupenda para cenar con mamis e hijas en este back garden de Doctor Fleming, y para ir pidiendo botellas de vino hasta que alguien nos diga que tenemos que marcharnos, y sea la hora que sea nos parezca muy temprano. Me gustan las conversaciones de mujeres, los temas femeninos, intervenir poco y duro. No puede hacer que Anna se sintiera la princesa que para mí siempre ha sido, no pude correr de un manotazo soberbio las nubes del cielo de nuestra amiga. Pero aquí estamos y diría que estamos bien. El cielo de verano y las estrellas caen para calmar a la ciudad injuriada. Dos mujeres, tres niñas. No he resuelto nada pero nos hemos hecho compañía y esto dice algo de nosotros, algo que cae con la noche y está en las lucecitas y está en el vino y en las risas y en las palabras que decimos con cuidado y con algo de esperanza todavía.

Supongo que os parecería un idiota si supierais lo que imaginé y para qué usaría mi gran poder si lo tuviera. Se pliega la noche como una servilleta. Saliendo del restaurante pienso que hacernos compañía es mucho más de lo que parece. Ya solos mi hija y yo, caminamos hacia la casa por el jardín. Maria me toma la mano y me pregunta por qué siempre es el hombre quién invita. En realidad no me lo pregunta y es sólo que me lo quiere escuchar decir. Le respondo “porque sí”, y ella sonríe y sabe que no hay absolutamente nada que añadir.

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