Podemos discutir el modelo de Estado, la monarquía, la independencia, la pertenencia, la república. Podemos discutir la socialdemocracia, el capitalismo, los impuestos, la legalización de la prostitución, de la marihuana y hasta de la cocaína. Pero no podemos de ninguna manera discutirle a la policía el uso de la fuerza para que la Ley y el orden prevalezcan. Puedo entender la estrategia de forzar la intervención policial para hacer quedar a España como opresora y hasta que tal estrategia llegue a funcionar en los círculos más emocionales. Pero la indignación generalizada de ayer porque la policía cumpliera con su cometido no es propia de adultos instruidos ni mucho menos de los que además pretenden fundar un nuevo Estado. ¿Qué otra cosa tiene que hacer la policía? ¿Qué otra cosa puede hacer? Mis amigos y familiares independentistas han aplaudido en los últimos años el uso de la fuerza contra indignados, antiglobalistas y demás antisistema marginales cuando han querido vulnerar la convivencia y el orden: bien. Ayer pasó lo mismo pero en algunos vínculos cundió la retórica el secesionista de que España golpeaba a Cataluña, llegando al extremo de recurrir a fotos como la del niño al que le sangraba la oreja, y que tan viral se hizo, que en realidad era de hace tres años y además fue herido por los Mossos. Sin Ley sólo hay caos y los independentistas que tanto defienden que todo se arbitre en la calle tendrían que reflexionar sobre ello porque si en el muy improbable Estado catalán una manifestación vale más que la Constitución aprobada por la mayoría es sólo cuestión de tiempo que acabemos aplastándonos los unos a los otros. No todas las escenas justas y necesarias son fáciles de ver y es legítimo que nos genere incomodidad estética lo que racionalmente podemos entender que forma parte de las consecuencias que algunos actos tienen. Ayer en Cataluña hubo mucha más democracia y Estado de Derecho en las cargas policiales que en quienes estaban violentando la Ley no sólo sabiendo que toparían con las fuerzas y cuerpos de seguridad sino deseando expresamente encontrarse con ellos para poder convertir en propaganda sus ansiadas heridas.