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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Habría preferido una bicicleta

Salvador Sostres el

No recuerdo la primera vez que lo hice pero sé que fue por culpa de mi abuela, y de ese instante que tanto me enseñó a apreciar en que los restaurantes me gustaban por cómo apuraban la metáfora en el reconocimiento de la vieja amistad. Ya no era ni que nos invitaran y además no era mi dinero. Es otra manera de pertenecer al mundo, otro tacto de la realidad, el arco de un gesto infinito y cualquier retorno era una ofensa. Ustedes no han visto a Enrique Quiroga subir de espaldas la escalera de Botafumeiro. Todos llamaban a El Bulli para pedir mesa. Y muchos años cuando se acercaba mi cumpleaños Lluís Garcia me decía:

-Salvador! Aún no nos has dicho qué días vendrás.

Mi relación con El Bulli era tan pura, tan angelical, tan the rythm of the saints, and all for the taste of your sweet love, Thelma; que pedir me parecía que rompía el encanto, y aunque llevado por el ímpetu algunos años pedí mucho, yo me sentía mucho mejor cuando podía controlar el instinto, y que la vida se destilara hasta el instante afín en que El Bulli no podía organizar sin mí la temporada.

Para mi esto y así era lo importante. Así empecé a sentir. Así empecé a esperar de la vida. Así me impacienté por hacer yo la magia. Fue mucha presión y desde el primer día. Yo habría preferido que me regalaran una bicicleta. Y aunque a veces por simplificar he hablado mucho del foie, crecí en la agonía y el dolor, en el sentido de la oca. En el cubo de la basura en que morían la mayoría de los días y sólo a veces el milagro sucedía y aquello me hacía sentir por mucho tiempo mucho más inteligente que los demás, y realmente lo era, y les veía la herida, el pato irreversible y no podían ni dar foie.

Así llegué y así me enfrenté a las chicas. Con mi corazón de ayer, con mis maîtres subiendo de espaldas las escaleras. Y aunque he sido un bestia, y aunque si de algunas noches se guardara un devedé marcaría una época, cuando una chica de verdad me ha gustado, dos sentimientos me han traicionado: el primero es que como en mis restaurantes, era vulgar sacar provecho de los grandes sentimientos. Las facturas, el sexo. El segundo es que la emoción iba a desvanecerse en la exacta comisura del primer beso, y qué carga entonces tener que arrastrar la literalidad de un cuerpo.

Las extrañísimas cosas que he hecho cuando una chica me ha gustado, para que durara un poco más aquel momento, para sentirme el que todo lo daba y se iba sin cobrar la recompensa, por tratar de mantener la euforia del estadio en los milímetros previos a la meta. Y luego ese languidecer pálido, victimista, catalanista, cuando se iba con otro, y yo me hacía el abandonado y sólo había conspirado para que se apartarla de mí, muchas veces sin que pudiera darse cuenta, y ella tampoco entendía nada. Para compensar, las que me gustaban menos, o las que no me gustaban nada, las tomaba de una razia, como un atracón cuando fuera de mis artículos tengo hambre. Fuera de mis artículos aunque también lo he contado.

He escrito artículos sobre sexo muy descuidados. Me ha gustado escribirlos y aún me reconozco en ellos. Pero la parte de mí que reflejan es la menos importante: la más comprensible, la que más me ha acercado a algunas complicidades, pero la mayor parte del tiempo la he pasado siendo completamente otro y por eso me cuesta reconocerme en el estereotipo que de mí se ha creado, o que he creado, no voy a negarlo. Yo he crecido en un mundo que es el que Ignacio Peyró describe en la prisa con que anda en Londres desde el Instituto Cervantes hasta su club, para estar a tiempo de tomar dos copas antes de que el bar cierre -y no sólo una. Yo he crecido soñando en Nobu más veces de las que he ido y si Hemingway estuviera en Barcelona seguramente este blog tendría otro nombre. A las chicas que me gustaban las apartaba del fuego aunque yo fuera el que al final se quemara.

Sólo amo lo que no puede arder y habría preferido que me regalaran una bicicleta, un jersey y saber hablar de jerseys; o libros, preferiría escribir libros, y haberlos leído, que me llamaran escritor, que no me preguntaran si “aparte de los artículos” estoy escribiendo algo. ¿Como que “aparte” de los artículos? ¿Qué puede haber más hermoso? El instante sostenido justo antes de no ser, com un esglai que es reté de caure a terra. ¿De qué otra manera podríamos hacernos tanta compañía? Siempre de vez en cuando regresan los fantasmas de las chicas que justo cuando me vertía, me aparté. “Por mi parte esperaba que un día el tiempo se hiciera cargo del fin/ si así no hubiera sido yo habría seguido jugando a hacerte feliz”.

Nunca encontré la manera y continuar no tiene demasiado sentido. He delimitado el concepto de mi familia, y aunque también es una idea, es la que más me desesperaría que se tambaleara. Por lo demás, las heridas que me han hecho y las heridas que yo he hecho. No tengo ninguna estrategia para hacerlo mejor ni espacio para que fructificara. Cuando la fiera está hambrienta, derrapa. Como dice la canción, algún día saldré en la portada del Newsweek. Estoy en la mitad de regreso de mi vida y morir me importa menos que no vivir, que no escribir “aparte de artículos”, más artículos, que no pensar, que no elevar una idea; que no volver a Nobu como quien vuelve a abrir el cuento de su vida, que no ser el padre de Maria, que no apoyarme en la barra de mi bar cuando hace horas que sería prudente haberme retirado, y pedir aún otro gintónic para ver si de más allá de la niebla por fin llega el galeón pirata.

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