Salvador Sostres el 25 abr, 2016 Los hombres vulgares prefieren el dinero y el sexo; y los hombres vertebrados, el poder y los restaurantes. El dinero hay que tenerlo y el sexo hay que tenerlo superado. El poder, en cambio, te permite moldear la vida y situar a los demás a la distancia que prefieras. El poder te permite imponer el relato, y que el mundo gire a tu velocidad. El dinero sólo sirve para pagar cuentas, lo que en general es bastante ordinario. Algunos piensan que el dinero sirve para comprar a la gente, y en cierto modo es verdad, pero si no tienes poder todo es tan insustancial, y tan mediocre, que al final hasta tus subvencionados te acaban aborreciendo, y tomando el pelo, y gastas mucho, y no te sirve de nada. El poder sirve para decidir en qué gastamos, y en quién, y qué caminos se abren, e incluso qué mares. El sexo como afición es tan vulgar como el dinero. Demasiado obvio para resultar, a partir de una cierta edad, en sí mismo estimulante. Es de hombres holgazanes insistir en la prioridad sexual, esa holgazanería mental de abandonarse a lo físico, que todo el mundo sabe cómo acaba. Los restaurantes, en cambio -y cuando hablo de restaurantes me refiero por supuesto a los de cocina creativa, porque el resto son comedores-, los restaurantes, decía, son un estímulo intelectual de primer orden, el más alto estímulo intelectual y moral de nuestra era, la experiencia humana más completa. Ferran Adrià es el genio vivo más importante de nuestro tiempo. El poder y el talento son la sublimación del hombre, y el sexo y el dinero son sonajeros para las existencias menores, con sus menores entretenimientos. El poder y el talento elevan al hombre, ensanchan los límites de la Humanidad, y de la inteligencia. El dinero y el sexo, sólo hay que ver lo que pasa cuando se juntan para entender cuál es su suelo. La gran expectativa de un hombre vertebrado, y de derechas, es tener mesa en un prometedor restaurante nuevo. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 25 abr, 2016