Lo peor no son los seis años de cárcel que le han caído a Iñaki ni es un alivio que haya sido absuelta Cristina. Lo peor no es ni siquiera lo que hicieran o no hiciera. Lo peor, lo dramático, lo intolerable es que la Infanta Cristina, entonces hija del Rey de España y hoy su hermana, se casó con un jugador de balonmano bajo el simple y absurdo argumento de que estaban enamorados.
El amor es un sentimiento pero nunca un argumento. Y muy especialmente entre la realeza. Todo el mundo sería una sucia granja anarco-comumista si los reyes se hubieran casado por amor y no por interés, por estar enamorados y no por estar comprometidos con el destino de sus naciones.
El amor como argumento es para la gente sin conciencia de nada que cree que lo que hace no tiene consecuencias. Desde que la gente se casa por amor -o sólo por amor, por decirlo de un modo más exacto- se han multiplicado los divorcios, las familias desestructuradas, la banalización de lo que el matrimonio es y representa, y los hijos con traumas.
La infanta Cristina optó por el individualismo y no por preservar la institución a la que representaba cuando todavía formaba parte de la Casa Real. Hoy hemos visto las últimas consecuencias de su funesta decisión, que no han sido las únicas ni las más graves. Cuando más España necesitó a su monarquía para que diera estabilidad en tiempos de zozobra, más debilitada estaba porque Cristina había decidido casarse con un jugador de balonmano especialmente poco inteligente. Tan poco inteligente que hizo como un chapucero lo que siempre se había llevado a cabo extremando la finura; y además rechazó el pacto que generosamente le ofrecieron para esquivar la cárcel.
Ni Iñaki había sido educado para ser el esposo de una Infanta, ni tenía la inteligencia para suplir con audacia su falta de formación y de recursos. El amor es un sentimiento. Pero también la desolación lo es, la desolación a la que inevitablemente acabas condenada cuando te casas con un hombre poco inteligente, seas Infanta o no lo seas.
Sin estar ligada a la responsabilidad, la libertad es no más que barbarie. Los que no somos reyes, ni príncipes, ni infantes, tenemos la responsabilidad de nuestra familia, y aunque el amor tiene que ser el sentimiento, el argumento tiene que ser la inteligencia.
Para reyes y príncipes e infantes la exigencia tiene que ser mucho más alta, porque están comprometidos con algo mucho más grande e importante que sus vidas, y salvo abdicación, tienen que prestarle servicio hasta con su última medida de honor.
Por mucho que los años de prisión le hayan caído a Iñaki, la verdadera culpable de todo este asunto ha sido Cristina, por haber antepuesto su amor por un jugador de balonmano a la inteligencia, la responsabilidad y el rigor con que tendría que haber defendido su Casa y nuestra España. Si esto no se comprende, tenemos como Estado serio los días contados.
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