El naufragio del Barça en París es la metáfora de la crisis que sufre el club, del estancamiento de la ciudad y de la desorientación de Cataluña, que se ha hecho un lío con el independentismo y está viendo cómo Ada Colau le roba la bandera de la solución mágica para cualquier problema. El pasado sábado, 15.000 personas llenaron el Palau Sant Jordi por un concierto en favor de los refugiados y fue la primera vez en mucho tiempo que en una concentración catalana no se veía una sola “senyera” o “estelada”.
Pero si bien el instinto político de la señora Colau es poco discutible, como alcaldesa es un desastre. Aunque los estragos de sus malas decisiones no se han hecho todavía evidentes, y Barcelona todavía tira de inercia, haber prohibido construir nuevos hoteles y no llevar a cabo las transformaciones pendientes son señales negativas para los inversores, a los que no sólo no se les da ninguna facilidad sino que se les desprecia y se les pone bajo sospecha. Está el clamoroso ejemplo de que en lugar de potenciar la marina deportiva para acoger a los grandes yates del mundo, con el oneroso negocio que significa y significaría para la ciudad, lo que Colau ha tenido la ocurrencia de decir es Barcelona construirá un puerto para pateras.
Lo mismo que su alcaldesa, el Barça tampoco se basa en ninguna idea que le dé sentido y el club hace aguas por todas partes -sólo hay que ver el baloncesto-; tal como la Generalitat no sólo está haciendo el ridículo con su proceso secesionista sino que nos ha instalado en una textura moral y en un nivel del debate público en que los refugiados parecemos los catalanes de orden y con una cierta idea de cómo se crea riqueza.
Junqueras hace todo lo que puede para comportarse como un líder de centro pese a la funesta trayectoria de su partido. Es el único valor al alza del independentismo: por lo demás, Convergència ha acabado colapsada por el submundo antisistema de tanto querer agradar a la CUP, en la misma medida en que el soberanismo está siendo devorado por los vendedores de humo de las causas perdidas, que a diferencia de la independencia de Cataluña son más exóticas y variadas, y cuando una se agota con la siguiente se puede organizar otra benéfica y hacer exactamente la misma demagogia.
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