Podemos ha dicho que da por rotas las negociaciones con Alberto Garzón, y a mi la izquierda me gusta así, cuando se matan entre ellos. Siento una gran tranquilidad cuando la izquierda se pone estomacal, y cainita. Porque mientras les dura la introspección se olvidan de venir a por nosotros, lo que siempre es un alivio, y un progreso.
Hay que fomentar la división y la mala leche entre la izquierda. Que se insulten, que se peleen. La derecha tendría que ceder todas sus teles para proyectar los más tensos debates entre representantes de la izquierda, excitándoles las pasiones más bajas para que acudan a las elecciones enfadados, divididos y con su ritual impagable de olla y hechicero.
También habría que organizar subastas de izquierdistas, porque así como uno de derechas que se vende es un corrupto, un comunista al que podemos comprar es una apabullante victoria del sistema.
A la izquierda no hay que frenarla. Hay que dejar que levante las carpas de su circo y que salten a la pista todas sus atracciones. ¡Que salgan los payasos! ¡La mujer barbuda! ¡Los malabares! ¡Que el gran circo de la izquierda comience! ¡Todo el mundo atento al espectáculo!
El mejor antídoto contra la izquierda es que todo el mundo vea cómo la izquierda se explaya. La libertad duerme tranquila cuando la izquierda se devora a sí misma. Que Iglesias haya roto con Garzón es casi tan buena noticia como que se desprendieran de Monedero. ¡Bronca en la izquierda! ¡Que traigan los gallos! ¡Que les pongan las espuelas!
Que se devoren entre ellos todo lo que quieran. Y que queden pocos, y si puede ser, menos. Para que no vengan a por nosotros, ni a por nuestras joyas, ni a por nuestras mujeres; y para que su semilla guerracivilista no vuelva jamás a germinar, y se la lleve el viento.
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