Salvador Sostres el 18 jun, 2015 Aznar dijo que antes de romperse España se rompería Cataluña y no pudo ser más preciso su diagnóstico. Primero se rompió el PSC, y la que siempre había sido la primera fuerza municipalista de Cataluña saltó por los aires, dividida por el independentismo. Y ayer se rompió el corazón del catalanismo, el invento más sólido y estable de la política española desde la recuperación de la democracia. Es un hecho que a las próximas elecciones autonómicas, anunciadas para el 27 de septiembre, Unió y Convergència concurrirán por separado. Convergència considera que Unió es un lastre para su credibilidad independentista. Unió considera que es suicida la estrategia convergente de imitar a Esquerra, y que cuando los mítines de Mas se llenan de “estelades”, las urnas se vacían de votos. Ninguno de los dos partidos quería aparecer como el que que rompía, pero los dos han ido tensado la cuerda hasta que la ruptura ha sido inevitable. En un proceso que empezó basándose en la suma de complicidades, Mas se ha acabado quedando solo. Primero se quedó sin Esquerra, que aspira a sustituirle, y diabólicamente le ha ofrecido entrar en el Govern en sustición de los “consellers” de Unió que se han marchado. Luego sin Convergència, calcinada por la corrupción y por la confesión de Jordi Pujol. Y ahora sin Unió, que se marcha porque no es independentista, pero también profundamente decepcionada por la soberbio modo con que Mas les ha retado, como si tuviera prisa para apartar los últimos estorbos antes de jugárselo todo a su candidatura personalísima, que probablemente presentará este sábado en Molins de Rei. Unió asume que sus independentistas se incorporarán a la lista electoral de Mas pero sin abandonar el partido, para dar la batalla desde dentro y dar la sensación de que los legítimos representantes del partido son ellos. Duran se siente legitimado tras ganar su referendo del pasado fin de semana y dispone de la plataforma Construïm para dar más amplitud a una casi segura candidatura de Unió en solitario. El líder democristiano quiere reflexionar si él es el mejor candidato o si su proyecto necesita un nuevo candidato. En cualquier caso, será él quien tripule la nave. Unió no quiere romper la federación, para conservar alcaldías, diputaciones, y el grupo parlamentario en el Congreso. Convergència tampoco es, en principio, partidaria del caos. Es el alma de CiU de todos los tiempos: con las cosas del comer no se juega. A pesar de ello, la guerra civil en el núcleo más sensible del catalanismo político está servida. Mas apelará a la épica de los pueblos que quieren ser libres y Duran a la cordura y a que su antiguo socio ha súbitamente enloquecido. Es cierto que Duran y Unió restaban credibilidad independentista a CiU, pero el principal problema que sigue teniendo Convergència es la credibilidad política y personal de Mas. Los independentistas no acaban de creerle y sólo se fían de Junqueras. Y del otro lado, los moderados le abandonan por independentista. Mas ha ido deshaciéndose de todos lo que consideraba que lastraban su proyección electoral, pero sin llegar a cuestionarse nunca si el problema podría ser él. Si tenemos en cuenta su apabullante colección de derrotas, es extraño que nunca se haya parado a pensarlo. Solo y arrinconado, cada vez toma más cuerpo su destino trágico. La frágil aritmética soberanista puede tambalearse por pocos que sean los diputados que Unió obtenga. Entre una extrema izquierda envalentonada, cada vez más revolucionaria y menos independentista, y un Junqueras que cree que puede ser presidente, Mas se está quedando sin espacio después de haber renunciado a sus siglas, de haber provocado la implosión del partido que hasta ayer fue su principalísimo aliado, y sin compañeros de viaje fiables para aventuras tan inciertas y peligrosas como intentar romper un Estado. Dispuesto a morir, prepara su último salto. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 18 jun, 2015