Salvador Sostres el 28 jun, 2016 Mas no celebró ningún referendo el 9 de noviembre, y simplemente quiso engañar a su público independentista, haciendo ver que desafiaba al Estado pero sin desafiarlo. Quiso ir de listo y hacerse el chulo. Es lo que siempre sucede con el catalanismo político: folklore sin pagar el precio. Épica de supermercado. Más red que salto. El independentismo de verdad siempre tuvo claro que el 9N fue un farol y por eso reclaman para el año que viene un referendo unilateral que de verdad suponga romper con la legalidad española e iniciar así, de facto, la independencia; y no esa grotesca charlotada con la que Mas pretendió que los independentistas le tomaran en serio y el Estado en broma, para conseguir justo lo contrario: que los independentistas dejaran de confiar en él, y que el Estado le haya denunciado. Si el expresidente no fuera tan provinciano, sabría que no hay nadie más chulo que un Estado, y que el escarmiento que se da a los listillos suele ser más duro que el que se infiere a los mismísimos culpables, aunque sólo sea por el respeto que merecen los que tuvieron el valor de verdaderamente enfrentarse a la siniestra maquinaria. El juicio a Mas es una higiene de Estado, para que la turba recuerde cómo suelen acabar las bromas pesadas, y mida bien sus osadías de fin de semana: el miedo guarda la casa. Y es también un acto de desagravio a los independentistas que de corazón creyeron en Mas, y fueron utilizados de carnaza para llevar a cabo la ridícula fantasmada, llamada “participativa”. Ni los referendos tienen nada que ver con la democracia -son dialéctica totalitaria-, ni lo que hizo Mas el 9N tuvo nada que ver con un referendo. Y los Estados no están, darling Artur, para que los presidentes regionales vayan a vacilarles. Más allá del victimismo poco viril y muy histérico de Convergència, hay que decir que la reacción del Estado ha sido de bajo perfil, condescendiente, porque España es un país entrañable y el presidente Rajoy siempre ha preferido que nadie salga lastimado. Si Mas hubiese hecho sus jueguecitos en Estados Unidos, en Israel o en Francia -estos Estados cuya democracia tanto le gusta elogiar por oposición a la fascista España-, alguien se hubiera ocupado de él de un modo mucho más drástico. Hubiera parecido un accidente, y de los que sólo se vuelve con los pies por delante. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 28 jun, 2016